Page 77 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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1   Los soldados alemanes
                  1932 - 1945
                  El Tratado de Versalles trajo modificaciones considerables para Europa. Bajo la presión de las
                  adversas condiciones económicas, crecieron nuevas ideologías de carácter autoritario. En
                  1933, el Partido Nacional Socialista de Hitler alcanzó el poder en Alemania. Su implacable
                  política de expansión desembocó en la Segunda Guerra Mundial, cuyas ramificaciones se
                  entendieron a otros continentes. En un principio, los países de América Latina adoptaron una
                  actitud de espera respecto del nacional socialismo. Tras el inicio de las hostilidades en 1939,
                  Hitler trató de convencer al presidente brasileño Vargas a que se aliara con él, y en
                  compensación le ofreció varias plantas de acero. Sin embargo, y bajo la presión de los Estados
                  Unidos, en 1942 Brasil declaró la guerra a Alemania. En el continente sudamericano, las
                  hostilidades se limitaron a acciones secretas de comandos del ejército alemán, apoyadas por
                  las importantes colonias alemanas que allí existían.
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                  Durante este período, el destino de los indios no cambió de una manera sustancial. Por
                  segunda vez, un ejército de cortadores de caucho avanzó por la región amazónica para
                  proporcionar la valiosa materia prima a los aliados. La población nativa se retiró aún más hacia
                  el interior de las regiones inaccesibles de los bosques vírgenes.
                  El asalto al poblado de Santa María
                  La Crónica de Akakor registra todo lo que les ha acontecido a los Ugha Mongulala,
                  incluso la alianza con los soldados ale manes que vinieron aquí para quedarse con
                  nosotros para siempre. Todo ello está escrito en la crónica:
                  Numerosos eran los Blancos Bárbaros. Algunos de ellos habíanse establecido en
                  comunidades. Otros llegaron que recorrieron los caminos. Gritaban como el gran
                  pájaro de los bosques y rugían como el jaguar. Deseaban que los Servidores
                  Escogidos se asustaran. Deseaban ahuyentar a los guerreros y exterminar a los
                  últimos de las Tribus Escogidas. Y así fue como habló el consejo supremo:
                  «Hemos de luchar contra los extranjeros. Hemos de matar a los Blancos Bárbaros.
                  Asesinan a nuestras mujeres, nos roban nuestras tierras y adoran a falsos dioses.
                  Agujerearemos sus oídos y sus codos y los privaremos de su virilidad. Los
                  mataremos, uno a uno, y si los encontramos solos, los emboscaremos.
                  Esparciremos su sangre por los caminos, y colocaremos sus cabezas sobre la
                  orilla del río en el que tantos de nuestros guerreros han caído».
                  La guerra de conquista de los Blancos Bárbaros terminó con la retirada de los
                  cortadores de caucho. Únicamente pequeños grupos de aventureros y de
                  buscadores se atrevieron a penetrar más allá de la frontera situada en la Gran
                  Catarata. Avanzaron hacia las regiones interiores de Akakor y se enzarzaron en
                  una feroz lucha con nuestros exploradores, librada con una crueldad terrible por
                  ambas partes. Los Blancos Bárbaros atacaron las aldeas de las Tribus Aliadas y
                  mataron a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los Ugha Mongulala
                  capturaron a los de los puestos más adelantados, les rasparon sus pies y los
                  arrojaron al río, donde su sangre atrajo a los peces carnívoros, que los devoraron
                  vivos. Otros fueron atados y entregados a los animales salvajes de la inmensidad
                  de las lianas.
                  Las batallas formales eran raras; sin embargo, hubo una en el año 12.417 (1936).
                  Una expedición dirigida por sacerdotes blancos se había adentrado en el territorio
                  de la Tribu Aliada de los Corazones Negros. Habían incendiado sus cabañas y
                  abierto las tumbas en busca de oro. Esto constituía una violación de las leyes
                  divinas que exigía una expiación. El príncipe Sinkaia, el mismo que había dado la
                  orden para el ataque de Lima, se puso al frente de los Ugha Mongulala. Con un
                  grupo de escogidos guerreros atacó un poblado de los Blancos Bárbaros llamado
                  Santa María y situado en las zonas altas del Río Negro. Ordenó que todos los
                  hombres fueran asesinados y todas las casas incendiadas. Únicamente
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