Page 74 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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pueden transmitirse si sus corazones están alegres o tristes. Pero para esta
comunicación son precisos el conocimiento del legado de los Dioses y un poder
absoluto sobre las fuerzas mentales.
Mi pueblo nada tendría que temer de un enfrentamiento mental con los Blancos
Bárbaros. Cierto que nuestros enemigos construyen poderosas herramientas y que
fabrican potentes armas; que perforan la tierra, bajo las montañas y a través de las
rocas; que se elevan en el cielo en el vientre de un pájaro gigante y que. como las
águilas, vuelan de nube en nube; que sus barcos son grandes y poderosos y que
cruzan invencibles el océano. Pero sus armas no pueden asustarnos. Todavía no
han construido nada que los salve de la muerte o que prolongue sus vidas.
Todavía no han hecho nada que sea superior a las acciones de los Dioses en su
tiempo. Y ni todas sus artes, ni toda su magia, los han hecho más felices. Pero la
vida de los Ugha Mongulala es simple y está dirigida por el legado de los Dioses.
Cuando los Blancos Bárbaros juegan a ser dioses, nosotros los miramos con
lástima.
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La vida de las Tribus Escogidas era consiguientemente feliz. Sus leyes se
derivaban de una única y sencilla fuente. Sólo había un orden, y los Servidores
Escogidos actuaban de acuerdo con él. En todos sus actos seguían el legado de
los Dioses. Porque ellos nos enseñaron cómo arrancar el fruto del árbol y cómo
hacer salir las raíces de la tierra. Ellos nos dieron arcos y flechas para proteger
nuestro cuerpo del enemigo. Nos dieron alegría para danzar y para jugar. Nos
enseñaron el secreto de los hombres, de los animales y de las plantas.
Fieles a los deseos de nuestros Maestros Antiguos, los sacerdotes recogieron
todos los conocimientos y todas las experiencias y los conservaron en las
residencias subterráneas. Los objetos y los documentos que dan testimonio de los
12.000 años de la historia de mi pueblo se guardan en una habitación labrada en la
roca. Aquí se hallan también los misteriosos dibujos de nuestros Padres Antiguos.
Están grabados en verde y en azul sobre un material desconocido para nosotros.
Ni el agua ni el fuego pueden destruirlo. De los tiempos de Lhasa, todavía
conservamos su traje dorado, sus poderosas armas y el cetro de gobernante,
hecho de una piedra rojiza. De la época de los godos, hemos conservado las
cabezas de dragón de sus barcos, sus escudos alados, sus armaduras y sus
espadas de hierro. También se guarda aquí la primera crónica escrita de los
Blancos Bárbaros, la llamada Biblia.
Más de la mitad de las residencias subterráneas están ocupadas por los
ornamentos y las joyas procedentes de los templos de nuestras ciudades
abandonadas. Las herramientas y las escrituras de los soldados alemanes que
llegaron hasta nosotros en el año 12.422 (1941) ocupan un lugar especial.
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Nos dieron sus vestidos, sus armas, y el signo de su nación: una cruz negra sobre
una tela blanca. Se parece a nuestras ruedas de fuego, que los niños hacen rodar
montaña abajo en la época del solsticio. Nuestro propio símbolo se remonta a los
tiempos de los Padres Antiguos: un brillante sol rojo que se eleva sobre un mar
profundamente azul.
El testimonio más importante de la alianza entre los soldados alemanes y los Ugha
Mongulala es el acuerdo firmado entre las dos naciones. Está escrito en el
lenguaje de los Padres Antiguos y en el de los Blancos Bárbaros y fue firmado por
el príncipe y por los dirigentes de los soldados alemanes.
Además de los documentos del pasado, en las residencias subterráneas se alojan
también objetos de la vida cotidiana, tales como vasijas de arcilla, joyas e
instrumentos musicales. Existen diversos tipos de flautas, hechas de huesos de