Page 79 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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pasado, y en vez de los sabios y previsores Dioses, eran los Blancos Bárbaros
quienes determinaban el destino del continente, gobernaban según sus propias
leyes y con su traición y su astucia habían traído la inquietud a las Tribus Aliadas.
Quince de las tribus más confiadas habían sido ya engañadas por sus hipócritas
promesas y habíanse convertido al signo de la cruz. El consejo supremo esperaba
evitar el peligro de la traición introduciendo, por lo menos temporalmente, la pena
de muerte. Cuando la estación de las lluvias del año 12.418 (1937) concluía se
produjo en Akakor un acontecimiento que había sido gozosamente anticipado
durante bastante tiempo: Reinha trajo un hijo a Sinkaia. Yo, Tatunca Nara, soy el
hijo primogénito de Sinkaia, el legítimo príncipe de los Ugha Mongulala, tal y como
está escrito en la crónica:
Esta es la historia del nacimiento del hijo primogénito de Sinkaia. Como los rayos
del sol al comenzar la mañana, la noticia se extendió por todo el país. Grande fue
la alegría de los Servidores Escogidos. El entusiasmo colmaba sus corazones. La
tristeza desapareció inmediatamente, y sus pensamientos se mostraban
optimistas. Porque Sinkaia era muy apreciado y su familia muy respetada. La
sucesión de la dinastía de Lhasa quedaba asegurada, ya nunca podría extinguirse.
La raza del príncipe, el supremo servidor de los Maestros Antiguos, no se perdería.
Así hablaba el pueblo, y así hablaban los guerreros. Únicamente el sumo
sacerdote permanecía sentado envuelto en el silencio. Y él realizó las invo-
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caciones prescritas. Para interpretar el futuro, abrió el árbol. Pero de él manó una
savia roja que cayó sobre la vasija, adquiriendo la forma de un corazón. Y el jugo
que afluía era como sangre real. Entonces la sangre se congeló. Una costra
brillante recubrió la savia, encerrando un terrible secreto. Había nacido el último
príncipe, el último de la dinastía de Lhasa.
La alianza con Alemania
Cuatro años después de su matrimonio con Sinkaia, Reinha regresó con su
pueblo. No como una refugiada, sino que, por el contrario, partió como embajadora
de los Ugha Mongulala. Tomando una ruta secreta, alcanzó los poblados de los
Blancos Bárbaros situados en la costa oriental del océano. Un gran barco la
transportó a su país. Reinha permaneció con su pueblo durante doce lunas.
Entonces los exploradores anunciaron su inminente llegada a Akakor. Pero en esta
ocasión, la princesa de las Tribus Escogidas venia acompañada de tres grandes
dirigentes de su pueblo. Sinkaia reunió a los ancianos, a los señores de la guerra,
y a los sacerdotes para darles la bienvenida. También los guerreros y el pueblo
ordinario se congregaron para contemplar a los visitantes extranjeros. En los días
que siguieron, el consejo supremo y los dirigentes de los alemanes celebraron
numerosas conversaciones, en las cuales Reinha estuvo presente. Intercambiaron
sus conocimientos y discutieron un futuro común. Luego llegaron a un acuerdo.
Los Ugha Mongulala y los alemanes adoptaron un acuerdo que una vez más
habría dado un giro completamente diferente al destino de los Ugha Mongulala.
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Antes de pasar a relatar los detalles de este acuerdo, he de describir una vez más
la miseria y la desesperación en la que mi pueblo se encontraba en estos años. La
guerra proseguía por las cuatro esquinas del imperio. Nuestros guerreros caían en
enormes cantidades, alcanzados por las terribles armas de los Blancos Bárbaros.
Tanto presionaban en su avance nuestros enemigos que ya ni siquiera podíamos
enterrar a los muertos de acuerdo con las leyes antiguas. Sus cuerpos se descom-
ponían sobre la tierra cual capullos marchitos. Las quejas y los gritos de dolor de
las mujeres llenaban Akakor. En el Gran Templo del Sol, los sacerdotes
imploraban a los Padres Antiguos en solicitud de ayuda. Mas el cielo continuaba
vacío. Las Tribus Escogidas sufrían de hambre. En su desesperación. rebanaban