Page 104 - Vive Peligrosamente
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"Adolf Hitler sintió siempre un gran respeto hacia el pueblo inglés por
          considerarlo "ario", exactamente igual que el pueblo alemán. Sin embargo,
          creyó que la invasión de Inglaterra era primordial y necesaria para inclinar
          el fiel de la balanza bélica a favor suyo. A pesar de que la empresa parecía
          imposible, a pesar de las enormes  dificultades que entrañaba, Hitler
          confiaba en la operación "León Marino", nombre que se dio al proyecto de
          invasión. Pero Hitler no desdeñaba; la oposición que efectuaría el pueblo
          inglés, ni, tampoco, la capacidad de su gobierno. No obstante, estaba
          firmemente convencido de que conseguiría invadir Inglaterra y, desde ella,
          iniciar una acción bélica  contra Canadá y África del Sur. Ahora bien,
          también tuvo en cuenta una cosa de importancia capital: si sus planes se
          llevaban a efecto, el Reich alemán, que iba expandiéndose poco a poco, se
          vería obligado a hacerse cargo de treinta y cinco millones más de europeos,
          lo que entrañaría un serio peligro para todo intento de estabilización y,
          además, Alemania tendría que defender los intereses de Gran Bretaña y
          velar por el sustento de su pueblo. Hitler se dio cuenta de tan magnos
          problemas y no se atrevió a afrontarlos ni a  hacerse cargo de la
          responsabilidad de sus consecuencias".
            Creo que puede considerarse que  estos  motivos fueron más que
          suficientes para que no se llegase a iniciar la planeada invasión. Mis
          suposiciones no resultaron desacertadas, ya que me fueron confirmadas por
          el propio Hitler en el curso de varias conversaciones que tuve con él, y por
          muchos datos que obtuve posteriormente.
            El 9 de noviembre de 1940 fui ascendido a teniente de la reserva. Unos
          cuantos camaradas que tenían el mismo grado que yo me invitaron a pasar
          una velada con ellos con motivo de la celebración de un cumpleaños en un
          restaurante.  La velada fue amena y agradable;  y el ambiente alcanzó su
          momento culminante hacia la media noche. Fue en aquel momento cuando
          nuestros ojos se posaron en una fotografía que colgaba de una pared. Era la
          del príncipe Bernardo, que un tiempo fuera oficial de las SS, vistiendo el
          uniforme del ejército holandés. Nos extrañó mucho que los jefes alemanes
          permitieran que tal fotografía continuase donde estaba. No tuvimos  más
          remedio que preguntamos si deberíamos aceptar tal hecho como un signo
          de la fuerza de Alemania o de su debilidad. Decidimos no emitir ninguna
          opinión; pero, ¡no pudimos luchar contra nuestros sentimientos!
            Por ello, llamamos al camarero y le ordenamos descolgara la fotografía.
          El buen hombre nos miró atónito. Respondió que no podía cumplir nuestra
          orden y se apresuró a llamar al propietario del local que, también, se negó a
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