Page 107 - Vive Peligrosamente
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En aquellos  momentos no podía prever la espantosa noche que  me
          aguardaba. Los Vosgos estaban cubiertos por una espesa capa de nieve de
          medio metro de espesor, y cuando llegamos a la cúspide de las montañas a
          avanzada hora de la noche nuestra marcha se hizo muy difícil. Yo iba arriba
          y abajo de la  columna intentando cumplir  mi  misión lo  más
          satisfactoriamente posible. Los hombres de la  División, incluidos los
          conductores, ayudaron a que fuesen salvados todos los obstáculos; a sacar
          de las cunetas los coches  que habían derrapado sobre ellas. Pude darme
          cuenta de que los conocimientos técnicos de los soldados no estaban a la
          altura de las circunstancias; hasta  me vi constreñido a ordenar que se
          arrojara al abismo un vehículo porque entorpecía la marcha de los otros.
            No creo  exagerar al decir que avanzábamos a "paso de tortuga". La
          terrible noche se superó igual que las anteriores. Conseguí llegar a la ciudad
          francesa de  Lure, donde me  esperaba  el capitán Rumohr, que  nos había
          precedido. Allí, impacientes, esperamos hasta el día siguiente a mediodía,
          ya que de los doscientos vehículos que integraban la columna, sólo entraron
          en la ciudad unos cincuenta. El capitán fue lo suficientemente comprensivo
          para no echar la culpa a nadie. Sabía que los hombres que tenía a sus
          órdenes no estaban capacitados para hacer frente a las enormes dificultades
          que fueron encontrando a su paso por no tener una adecuada preparación.
            A medianoche pasamos por Vesoul, llegando, poco después, a Port–sur–
          Saône, que  era nuestro destino. No pudimos disfrutar del merecido
          descanso, ya que nos llegó la orden de que nuestra División debía estar
          preparada para ponerse en marcha el  21 de  diciembre, lo cual  nos hizo
          pensar que íbamos a intervenir en la conquista de la Francia no ocupada.
            Nuestra División se vio forzada a llegar a la ciudad de Marsella sin
          hacer ni un solo alto y llevando, solamente, el carburante, las municiones y
          los víveres necesarios. Teníamos que dejar detrás el resto de nuestra
          impedimenta,  y se nos advirtió  que,  tal vez, nos veríamos obligados a
          entablar combate
            El capitán Rumohr y yo tuvimos que hacer frente al problema de cargar
          en nuestros  vehículos lo  máximo posible. Sin embargo, nuestra  mayor
          preocupación era la del carburante  que necesitaríamos para llegar  a
          Marsella.  Contábamos con un tanque–cisterna con capacidad para doce
          toneladas; pero los camiones–cisterna de emergencia estaban en tan malas
          condiciones que era imposible saber si conseguirían llegar a su destino. En
          el camino me enteré de que un grupo de nuestro Ejército estaba acampado
          en Langres.
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