Page 111 - Vive Peligrosamente
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férrea disciplina fuera la causa de nuestro orgullo, de nuestra evidente
          sensación de superioridad, de la invisible barrera que nos separaba del resto
          de la tropa de las unidades regulares del Ejército, y causa determinante de
          los duros exámenes por los que debíamos pasar antes de ser escogidos para
          formar parte de esta tropa de "élite".
            El invierno de 1940–41 fue muy crudo. Sus inclemencias las sufrimos
          por haber acampado en las cercanías  de Langres,  zona conocida por la
          dureza de su clima.
            Continuamos cumpliendo estrictamente las órdenes que recibíamos. Al
          mismo tiempo nos dábamos cuenta de que nuestra unidad iba
          cohesionándose poco a poco. Los vehículos que tenía bajo mi mando ya no
          me proporcionaban tantas preocupaciones, pues lo  mismo los  mecánicos
          que los conductores estaban más habituados a su manejo. Gracias a ellos
          tenía  más horas libres. Naturalmente,  aproveché  mis ratos de ocio para
          perfeccionar mis conocimientos sobre balística y para ir conociendo mejor
          a mis hombres.
            No tardando mucho comprobé que Santa Bárbara, la Patrona  de la
          Artillería, estaba de  mi parte. Aprendí fácilmente todos los "trucos" del
          manejo de las piezas de artillería pesada, no tardando en familiarizarme con
          ellas.
            A principios de año acampamos en un lugar alejado en el que hicimos
          nuestras prácticas de tiro. Nuestro  capitán, Hansen, con el que  llegué a
          tener buena  amistad, se empeñó en presentarme las cosas no demasiado
          fáciles.
            Cierto día, inesperadamente, ante el puesto  de  mando, cuando  yo
          pasaba,  me  mandó llamar para decirme que, como le sobraban algunas
          municiones, deseaba le demostrara prácticamente de lo que yo era capaz. A
          continuación añadió:
            –¿Ve usted el confín de  esas colinas? Ante  ellas se alinea un  cierto
          número de tanques que deben de ser aniquilados. ¡Tome usted el mando de
          la batería!
            Tan inesperada orden me dejó enormemente  sorprendido. No  estaba
          preparado para hacerme  cargo de una empresa tan  ardua; tampoco había
          estado presente en las pruebas de tiro efectuadas con anterioridad. Sólo me
          animó el pensamiento de que no podía hacer el ridículo en presencia de los
          otros oficiales; tampoco podía consentir que se me considerase un inútil.
            Di las órdenes que creí correspondían al objetivo  de una forma algo
          confusa. Me sentí humillado cada vez que mis cálculos fallaban  y los
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