Page 108 - Vive Peligrosamente
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Al llegar a dicha ciudad nos encontramos con que todo el mundo estaba
          celebrando las fiestas navideñas y comprobamos que la  mayoría de
          nuestros oficiales había emprendido viaje a la patria para disfrutar de sus
          permisos. Tuve que tratar con un suboficial testarudo e inconsciente, que se
          había entregado a la vagancia, al que pedí ayuda. Conversé con él durante
          una hora, le ofrecí todos los cigarrillos holandeses que llevaba, e intenté
          convencerle para que tomase una decisión positiva. Hasta llegué a contarle
          algunos chistes que le gustaron mucho. Pero se mostró inconmovible. Me
          sentí descorazonado, pues no podía informarle de cuál era nuestra misión,
          que era considerada como rigurosamente secreta.
            No supe qué hacer.  Sentí escalofríos. Me  vi completamente
          desamparado. ¡Necesitaba ayuda urgente y el "tozudo" que tenía frente a mí
          no podía, o no quería, proporcionármela!
            Hasta que decidí atacarle directamente y le dije:
            –Sólo puedo decirle que su ayuda es de vital importancia. ¡No puede
          negármela!
            Acto seguido, añadí bromeando:
            –En caso contrario ordenaré que los cañones de mi División "actúen por
          su cuenta".
            Mis palabras le dejaron boquiabierto. Y se dejó convencer.
            Volví con mi Sección muy satisfecho porque creía haber asegurado el
          éxito de nuestra marcha. Conseguimos todo lo necesario veinticuatro horas
          antes de reemprender la ruta y dimos la orden de que partiríamos el día 23
          de diciembre a las cuatro de la madrugada. Pero, cuando  menos lo
          esperábamos, recibimos órdenes contrarias. Todo hacía suponer que la
          situación política había variado en el decurso de unas pocas horas. A pesar
          de ello ya no nos era posible disfrutar de nuestras vacaciones de Navidad.
          Por ello preparamos una pequeña fiesta en la escuela del pueblo.
            Me asignaron alojamiento en la casa de un médico. No me costó mucho
          intimar  con mis nuevos anfitriones, lo que me dio la oportunidad de
          perfeccionar mi deficiente francés.
            Durante los  días de mi  estancia en el pueblo pude comprobar que
          muchas de sus casas estaban completamente  en ruinas, hasta las que
          formaban la calle principal. Pero me  pareció que las ruinas no eran tan
          recientes como para haber sido ocasionadas por la guerra. Fue mi anfitrión
          el que me dio una explicación sobre ello: la juventud había iniciado una
          emigración masiva hacia la ciudad. Esto y el descenso de natalidad habían
          hecho el resto. Lo que me hizo pensar:
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