Page 106 - Vive Peligrosamente
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consecuencia de que los conductores que nos fueron asignados apenas
          conocían el manejo de los vehículos. Ni siquiera tuve tiempo de estudiarles
          a fondo, porque  me fueron presentados a toda prisa y en el último
          momento.
            Nuestros vehículos apenas fueron revisados. Muchos de ellos procedían
          del botín francés y, por ello, no estábamos familiarizados con su manejo.
          No veía las cosas muy claras, pero tuve que hacer de tripas corazón.
            Con las primeras luces del día salimos de Amersfoort. Las ciudades
          alemanas por las que pasamos aparecían ante nuestros ojos como estampas
          de paz. Solamente nos dimos cuenta en ellas de que estábamos en guerra,
          por los pocos hombres que circulaban por sus calles. Sólo vimos de pasada
          las  ciudades de Wesel, Düsseldorf, Colonia y Wiesbaden, desde la
          autopista,  y  ello a pesar de que la recorrí dos veces para recoger los
          vehículos que se habían quedado en el camino. Tuve que hacer frente a una
          auténtica avalancha de vehículos que se dirigían al Sur. ¡Unos cinco o seis
          mil "rodaban" hacia su futuro destino siguiendo un programa previamente
          fijado!
            Hubimos de atravesar las calles de Mainz para  volver a salir a la
          autopista. El carácter de  sus habitantes no había variado en nada como
          consecuencia de la inseguridad de los tiempos; pero, desgraciadamente, no
          tuve ocasión de atender las palabras de aliento.
            Cuando pasábamos por Mannheim y nos dirigíamos a Karlsruhe, cayó
          sobre nosotros la noche inesperadamente. Y me pareció que todo se volvía
          muerto, irreal. Hasta se apagaron las pequeñas luces de posición de todos
          los vehículos militares. Instantáneamente me di cuenta de lo que pasaba.
          ¡Alarma aérea! Inmediatamente comenzaron a iluminar el cielo los potentes
          proyectores. Las baterías antiaéreas que circundaban la ciudad de Karlsruhe
          empezaron a disparar. El ruido ensordecedor se acrecentó con el que
          producía el estallido de las bombas. Vi cómo se originaban incendios en
          determinados puntos del casco urbano. El bombardeo duró  unos diez
          minutos, pasados los cuales todo volvió a estar en calma. Sentíamos la
          imperiosa necesidad de prestar nuestra ayuda a los habitantes de la ciudad,
          pero la disciplina nos obligaba a permanecer en la autopista.
            Atravesamos el Rhin al llegar a la altura de Colmar, y, seguidamente,
          fuimos acercándonos  lentamente a  las primeras  estribaciones de los
          Vosgos. Tuve que vencer muchas dificultades para vigilar bien la marcha
          de los vehículos cuyo mando se me había encomendado.
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