Page 109 - Vive Peligrosamente
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"¡Qué país  más comodón! Dispone  de tanto espacio que hasta  puede
          permitirse el lujo de dejar que sus casas se conviertan en ruinas".
            Poco antes de Navidad me dieron permiso para ir a mi casa. ¡Creo que
          nadie puede imaginar lo agradable que resulta volver a la patria si no ha
          sido soldado ¡En tal caso, cualquier permiso, por muy breve que sea, es
          considerado como un don del cielo, como algo  maravilloso.
          Desgraciadamente  mi alegría duró  pocos días,  ya que un telegrama  me
          ordenó reintegrarme a mi unidad. Pensé que la situación había empeorado y
          que se precipitaban los acontecimientos.
            Hube de abandonar todos mis planes. Tomé el tren que me llevó al Este.
          Al llegar a mi destino fui informado de que debía presentarme al general de
          División, Hausser. Yo tenía la conciencia tranquila y creía que nada nuevo
          me esperaba. ¡Pero debí sufrir una gran decepción!
            En cuanto me presenté al general, éste dio rienda suelta a su indignación
          por haber exigido se me entregara el carburante que necesité para llevar a
          cabo la misión a que me he referido. En el primer momento no comprendí
          sus palabras. Pero, poco a poco, me fui enterando de que varios oficiales, al
          regresar a  sus acantonamientos una vez pasados sus permisos, se habían
          enterado de que yo había exigido, "bajo amenazas", que se me facilitara el
          carburante, lo que les  movió a decir que esperaban se  me castigara
          adecuadamente, etcétera.
            Me quedé atónito. Pero  conseguí reaccionar al cabo de  un rato  y
          expliqué tanto el motivo como las circunstancias de mis exigencias. Incluso
          llegué a decir que mi arresto sería  merecido en el  supuesto de  no haber
          actuado acertadamente, pero que  yo  me había limitado a cumplir las
          órdenes recibidas.
            Cuando terminé mi perorata me di cuenta de que Hausser había llegado
          a comprender que el "testarudo" sólo intentaba librarse. Por ello decidió
          fingir que me castigaba  –quería salvar las  apariencias–, y así  el asunto
          quedaba zanjado. Hasta llegó a decirme que podía volver a marcharme y
          disfrutar de mi permiso,  puesto que él ignoraba que había adelantado el
          viaje por sólo tan desagradable asunto. Sin embargo, consiguió enturbiar mi
          alegría. Prescindí de mi permiso y me desahogué maldiciendo como nunca
          lo había hecho.
            El "Grupo suplementario de las SS", tal como éramos denominados por
          aquel entonces, tenía la obligación  de someterse  a una disciplina más
          severa y férrea, y unas leyes más duras que cualquier otra unidad del
          Ejército alemán. De ello no nos quejábamos. Todo lo contrario. Sabíamos
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