Page 114 - Vive Peligrosamente
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de nosotros pensaba que tendríamos que intervenir en una guerra seria con
          todas sus consecuencias, cuyo escenario habría de ser el Sudeste de Europa.
            Iniciamos nuestro viaje con un tiempo primaveral. Presenciamos las
          primeras nieves tan propias de los  meses abrileños; las súbitas e
          inesperadas tormentas; y recibimos las caricias de  un sol que intentaba
          abrirse paso a través de los celajes de las nubes. Mas, a pesar de todo, los
          cambios meteorológicos no nos producían grandes molestias. ¡No en vano
          nuestros hombres ya habían sobrepasado el período del aprendizaje!
            Al llegar a Ulmo continuamos por la autopista. Una vez en ella, la
          interminable columna de  vehículos empezó a rodar lentamente  hacia el
          Este. Pasamos ante las  ciudades de Augsburg y Munich y nos dirigimos
          hacia la frontera austriaca. Cuando llegamos a Ried se nos concedió un día
          de descanso. Allí pudimos comprobar que la población se comportaba
          como si no  estuviésemos en guerra.  Hasta tal punto que nos parecía
          imposible que nuestra ruta nos condujera al frente.
            Pude conseguir un permiso para  desplazarme a  Viena, lo que  me
          permitió pasar una noche con mi familia. Por la mañana del día siguiente
          volví a reunirme con  mi unidad en la frontera húngara, desde la que
          continuamos nuestro avance. No dejó de extrañarme la amabilidad con que
          nos recibió el pueblo húngaro. Me di cuenta de que sus muestras de amistad
          no se circunscribían a la hospitalidad, tan característica de dicho pueblo,
          sino que iba mucho más lejos.
            Los húngaros se afanaban en hacernos comprender que les agradaba
          confraternizar con los alemanes.  Nuestro paso a través de las  calles de
          Budapest fue objeto de un recibimiento igual al dispensado por un pueblo a
          sus propias tropas victoriosas. Fue tan grande el entusiasmo de  la
          población, que nuestros  vehículos se  vieron, literalmente, bombardeados
          con flores,  tabletas de  chocolate, cigarrillos y  naranjas. La avenida
          "Donaukai"  estaba atestada de gente que nos vitoreaba. Continuamos
          adelante nuestra marcha. Pasamos por Szolnok y llegamos a Gjula, ya en la
          frontera rumana.
            Sabíamos que nos hallábamos en los auténticos Balcanes.  Y pudimos
          observar que las carreteras estaban en un estado lamentable. El polvo nos
          envolvía; se pegaba a nuestras cejas, a nuestras  pestañas y a nuestro
          cabello.
            A partir de aquel momento tuve un sinfín de preocupaciones, ya que las
          malas condiciones del firme de las carreteras, por  las que teníamos que
          pasar forzosamente, nos causaron un elevado número de averías. Cada una
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