Page 118 - Vive Peligrosamente
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lentamente. Volví a unirme a mis hombres. Casi inmediatamente
alcanzamos las trincheras enemigas, en las que vimos las primeras
consecuencias del combate. Los médicos y los camilleros estaban
entregados a su trabajo. Los heridos eran recogidos y recibían los primeros
auxilios. Las ambulancias transportaban hacia retaguardia a los más graves.
Y vi que muchos hombres ya no necesitaban nada, ¡absolutamente nada!
Mas, a pesar de todo, los muertos también fueron recogidos y se les alineó
para proceder a su identificación.
Un pensamiento me dominaba: esa larga hilera de muertos revela cuál
es el destino de todo soldado. Sólo puede dejar su unidad cuando ha
cumplido el sacrificio supremo. Pero... ¡Ni en tal momento nos abandona,
ya que reposa junto a los camaradas que han pagado el mismo tributo que
él!
Pasamos por sobre las anchas trincheras; tenían unos cinco metros de
anchura. Las dejamos atrás pasando por encima de un puente provisional
construido apresuradamente. Nuestra marcha fue obstaculizada por los
embotellamientos. Ello me dio tiempo a lanzar un vistazo en mi derredor.
Vi un tanque oculto detrás de unos arbustos y me pregunté si sería el
mismo que había disparado contra nosotros.
Me di cuenta de que muchas posiciones habían sido mantenidas por los
soldados servios hasta el último límite. Los fusiles, con la bayoneta calada,
estaban tirados en el suelo al lado de los soldados que acababan de morir.
Contemplé sus rostros; rostros de campesinos, que empezaban a tener el
color pálido de la muerte. Observé que casi todos los soldados servios
tenían bigotes negros muy poblados.
Inesperadamente me encontré frente a un grupo de prisioneros. Se
acurrucaban en el suelo dando muestras de una pasividad puramente
oriental. Fumaban un cigarrillo, o masticaban un pedazo de pan, o se
limitaban a permanecer tumbados mirando hacia un cielo encapotado. No
levantaban la vista cuando nos acercábamos a ellos. Encontré a un viejo
soldado que entendía nuestro idioma. Me dijo que era oriundo de Bosnia, y
que hacía muchos años, ¡muchos!, que unos soldados austriacos le habían
enseñado nuestra lengua. Luego, añadió:
–No hemos tenido muchas pérdidas. Sabíamos que no podíamos luchar
contra vosotros. Y ahora comprendemos que, para nosotros, la guerra ha
terminado. Sólo me preocupa una cosa: ¿Cuándo podré volver a mi casa?
Esto último parecía ser lo único que le preocupaba. Tan sólo sentía
nostalgia; ¡nada más!