Page 122 - Vive Peligrosamente
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saltos debido al mal estado del terreno. Los prisioneros tuvieron que
agarrarse con fuerza para no verse despedidos al suelo; pero no perdimos ni
uno solo de ellos. Sólo cuando llegamos a Karlsdorf pude respirar
tranquilamente.
En seguida me di cuenta de que el ambiente del pueblo había cambiado
sensiblemente en el breve espacio de las dos horas transcurridas entre
nuestra llegada a él y nuestro regreso. Las calles estaban atestadas de
gentes, como si todos sus habitantes se hubieran lanzado a ellas. Al
desembocar en la Plaza del Mercado vimos que la calle principal del pueblo
estaba cubierta de hierba recién cortada. Diríase que los vecinos se
preparaban para alguna fiesta. Ante el Ayuntamiento se nos hizo parar, y el
maestro del pueblo nos lanzó un discurso de bienvenida. Noté el temblor de
su voz y la gran emoción que le embargaba. Balbuceaba y sólo por medio
de un esfuerzo sobrehumano logró contener sus lágrimas.
¡Estábamos completamente atónitos, no comprendíamos lo que estaba
sucediendo en torno a nosotros! ¡No esperábamos semejante recibimiento!
Hasta nuestros prisioneros fueron contagiándose de la emoción general; no
sabían qué hacer ni cómo reaccionar.
Aquello me hizo pensar: "Se nos recibe como a semidioses. Pero no
somos más que simples hombres, simples soldados que acababan de
cumplir con su deber".
Inesperadamente me vi frente al alcalde, que iba ataviado con un
"chaqué". Me apresuré a saltar de mi coche y pensé que debía darle la
mano, y saludarle correctamente. Pero una cosa es pensar y otra actuar. Una
auténtica nube de personas me rodeó; todos se precipitaban a estrecharme
la mano, hacían todo lo posible para llegar hasta mí. No sabía qué hacer ni
cómo actuar. Me faltaban brazos, manos, dedos... Tuve que estrechar
innumerables manos, coger una gran cantidad de ramilletes de flores recién
cortadas en los campos. El alcalde carraspeó, hizo un gran esfuerzo y,
finalmente, consiguió que se le escuchase.
Nos trató como a sus conciudadanos y expresó el deseo de vernos en su
pueblo en un futuro inmediato. Dijo que los habitantes estaban dispuestos a
luchar por Alemania, y terminó su discurso invitándonos a comer en
nombre del pueblo. Diciéndonos que todas las casas del mismo tenían las
mesas preparadas para agasajar a mis soldados.
Tuve que responderle que no podía aceptar sus múltiples invitaciones
añadiendo que no debía dispersar a mis hombres por todo Karlsdorf. Pero,
al ver su expresión consternada, añadí: