Page 119 - Vive Peligrosamente
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Intenté consolarle diciéndole:
–No tardarás mucho en regresar a tu hogar. Ten paciencia. El hombre
recompensó mis palabras con una profunda inclinación.
Continuamos avanzando durante unos cuantos kilómetros. Hasta que
llegamos a Werschetz (Vrsac). La ciudad había sido conquistada por
nuestras tropas pocas horas antes. Sus habitantes, probablemente, debieron
sentirse sorprendidos ante la inesperada aparición de los soldados
alemanes; nos lo demostraba el hecho de que apenas se veían signos de
lucha. Las calles ofrecían un aspecto completamente normal; hasta pude
entrar en una expendeduría de tabacos donde compré un paquete de
cigarrillos; no tuve ninguna dificultad al pagar con marcos; me aceptaron la
moneda con naturalidad, como si siempre hubiese tenido curso legal en el
país. Al darme el cambio, el estanquero no intentó estafarme, cosa rara,
pues el hombre todavía no debía haberse recuperado de la inmensa sorpresa
que debió producirle ver que su país estaba invadido por las tropas
alemanas, y que la invasión había tenido efecto en el intervalo de una sola
noche.
Precisamente fue la ciudad de Verschetz la que me hizo revivir la
extraña sensación que sentí en Hungría, cuando comprobé que los edificios
se me presentaban familiares.
Todos los edificios públicos –las Escuelas, las Iglesias, el Ayuntamiento
y la Alcaldía– ofrecían una semejanza con los de otras ciudades, lo que
demostraba que tenían reminiscencias de la época de la antigua monarquía,
que había dejado la huella de su sello por doquier. El estilo dominante era
idéntico al de todos los edificios ocupados por los servicios oficiales de
Austria; los mismos que, en otros tiempos, reinaron sobre todos aquellos
territorios. Hasta las farolas de las calles eran idénticas a las que adornaban
las calles de Viena. Tuve la sensación de que había retrocedido en el
tiempo un siglo.
Proseguimos nuestro avance hasta llegar a las inmediaciones de
Pancevo. A partir de aquel momento no continuamos nuestra marcha
desplegados. Todo hacía suponer que las orillas del Danubio no ocultaban
al enemigo. Nos enteramos de que nuestra Sección de exploración ya había
entrado en Belgrado con la ayuda de algunos buques, bajo las órdenes del
comandante Klingenberg. Pero, no obstante, la ciudad había quedado
completamente aislada; no podía ser alcanzada ni por tierra ni navegando
por el río, ya que el ancho puente que conducía a ella había sido totalmente