Page 124 - Vive Peligrosamente
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sido cargados. Los oficiales servios se sentían aliviados, ya que habían
podido participar en la fiesta y miraban con más optimismo sus futuros
años de cautiverio. Pero el resto de los prisioneros los dejé en el pueblo,
diciendo que enviaría a recogerlos al día siguiente.
Llegó el momento de la despedida final. Otra vez tuvimos que estrechar
innumerables manos. Tuve la impresión de que me despedía de viejos
amigos, de antiguos camaradas de otros tiempos. Los niños volvieron a
ofrecernos flores y entonaron la antigua canción alemana:
"Muss i denn, muss i denn zum Städtle hinaus…"
(Tengo, tengo que salir de la ciudad...)
El sol se ocultaba en el horizonte, como un inmenso disco rojo, cuando
nos dirigíamos hacia el Oeste.
Nuestras explicaciones sobre la extraordinaria forma en que habíamos
sido recibidos, nuestros prisioneros y los tres cajones llenos de manjares,
llenaron de júbilo a los hombres de nuestro Regimiento.
El coronel Hansen demostró mucho interés ante mis explicaciones, así
como sobre el desarrollo de mi misión, que tomaba más en serio de lo que
yo había supuesto. Escuchó mis palabras sin pestañear y cuando terminé
mis explicaciones me dijo:
–Podría condecorarle en el acto con la Cruz de Hierro, pero no quiero
apresurarme; sé que la obtendrá un día u otro. Acabo de pedir su ascenso a
primer teniente y han aceptado mi propuesta. Le felicito de todo corazón.
Espero que acepte el nombramiento.
¡Naturalmente que lo aceptaba! ¡Nunca había esperado un tal ascenso ni
en mis momentos de más euforia!
Creo que mi "Jawohl" y la efusividad de mis gracias reflejaron mi
estado de ánimo. Debo reconocer que en aquellos momentos mi
personalidad civil apenas contaba, se había esfumado.
Nos acercamos a Pancevo, localidad situada cerca de Belgrado. Los
soldados que ocuparon la capital habían aumentado numéricamente por
haber llegado nuevas tropas. Los prósperos pueblos de los alrededores,
donde acampábamos durante nuestra marcha, eran casi todos alemanes.
Fuimos recibidos con grandes demostraciones de alegría y tratados como si
fuésemos los hijos adoptivos de cada uno de ellos. En Pancevo pudimos
disfrutar de una vida normal. Cuando yo visitaba el viejo café de la Plaza
del Mercado y el camarero me servía una taza de "moka" junto con unos