Page 116 - Vive Peligrosamente
P. 116
carreteras, que ya estaban en malas condiciones, se convirtieron en
lodazales, lo que dificultaba nuestro avance. Nuestras penalidades
aumentaron cuando nos vimos obligados a dejar la carretera principal, poco
antes de llegar a los pueblos fronterizos. Los conductores de nuestros
camiones pesados tuvieron que hacer frente a una serie de dificultades que
les impulsaba a soltar toda clase de palabrotas.
Hubimos de empujar los vehículos para poder avanzar, hasta que
logramos que todos ellos quedasen cubiertos bajo los tejados de las casas y
de los cobertizos de los campesinos.
Sabíamos que la frontera estaba a unos cien metros al Sur del pueblo, y
que nuestras baterías estaban emplazadas unos dos kilómetros más atrás, a
punto para disparar en cualquier momento. Como la sección motorizada
que mandaba no necesitaba de mis atenciones, me presenté voluntario en la
cuarta batería. El capitán Neugebauer, un viejo oficial de la reserva, se
había posesionado de un inmenso montón de heno que le servía de
observatorio, a pocos pasos de la frontera. Los hilos telefónicos que nos
comunicaban con la retaguardia habían sido tendidos durante la noche
anterior. Mi telémetro me permitió ver perfectamente el hondo trazado de
la línea de trincheras, situada unos cuantos kilómetros al sur de la frontera
extendiéndose hacia la lejanía. Pero esto no era todo. Detrás de la
interminable zanja se levantaban las fortificaciones del enemigo. Hasta
pude distinguir el tejado de una casa de campo que se escondía entre los
árboles de un bosque. Sabía que la casa estaba ocupada por las reservas del
enemigo y suponía que albergaba a los componentes de su Estado Mayor.
Se había planeado un ataque de la infantería para las 5,45 horas de la
madrugada; ataque que debería ser apoyado por nuestros tanques ligeros.
Era domingo 6 de abril de 1941.
Todos estábamos sumamente excitados porque nuestra División iba a
intervenir en su primer combate. Me dejé contagiar por la excitación
general; era la primera vez que iba a tomar parte en un combate "de veras".
Sólo puedo decir que cuando uno se encuentra en semejante situación, tiene
la sensación de que los minutos pasan muy despacio, demasiado despacio...
Repasamos todas las instrucciones por enésima vez y se nos volvieron a
repetir las órdenes. Cada hombre estaba convenientemente atrincherado y
no cesaba de mirar hacia las líneas enemigas.
El capitán Neugebauer tomó un largo trato de su cantimplora y brindó
conmigo por el éxito de la empresa. El coñac húngaro nos hizo mucho bien;
nos dio un poco de calor y apaciguó el temblor que se había posesionado de