Page 206 - Vive Peligrosamente
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No tardé mucho tiempo en sentirme saturado de la vida cuartelera. No
cesaba de repetirme, una y otra vez, que no me había convertido en soldado
para estar tranquilamente en la retaguardia. Estábamos en el otoño de 1942.
Recibí la noticia de que nuestra División de las SS debía ser transformada
en una División de "Panzers". Al enterarme de ello, creí que podría
disponer de una excusa para ausentarme de Berlín. Eché un vistazo al
dictamen que me consideraba "G. V. H." y me presenté voluntario para
seguir los cursillos de instrucción que se exigían a los nuevos componentes
de la División de "Panzers".
Cursé los estudios exigidos, pasé satisfactoriamente los exámenes y me
consideré preparado para mi nuevo destino. Al poco fui destinado a la III
División de tanques de las SS en calidad de ingeniero de la misma. Me
adapté fácilmente a mi puesto y me sentí muy a gusto entre mis nuevos
camaradas. Desgraciadamente, no tenía tan buenas relaciones con el jefe
del Regimiento como las que me unieron al coronel Hansen.
La conferencia de los aliados en Casablanca, en enero de 1943, causó
gran impresión en todos los alemanes. No cabía la menor duda de que los
aliados tenían un solo objetivo: "rendición incondicional" o combatimos
hasta el límite de nuestras fuerzas. ¡Había llegado el momento en que
sabíamos a qué atenernos!
No ignorábamos que una tal doctrina de intimidación se había puesto en
vigor por vez primera en la historia de los Estados Unidos durante su guerra
civil. Y llevada a efecto a rajatabla.
Tampoco podía ser olvidado el comentario de un general de la Unión:
"Cuando un cuervo vuela sobre un país acosado, se ve precisado a robar lo
que necesita para continuar su vuelo".
Nosotros, los alemanes, sólo teníamos una alternativa: la victoria, o una
derrota total. Por esta razón, todo aquel que se consideraba un buen patriota
no tenía otra posibilidad de elección. Tampoco quedaba otra alternativa a
los altos dirigentes del país. Mas, a pesar de todo, debo proclamar que en
aquella época continuábamos creyendo en la victoria de nuestras armas. Yo
compartía la opinión general, y procuraba arrojar de mi mente cualquier
duda que me asaltara.
Los planes que había hecho y los pasos que di resultaron infructuosos.
Había sobrevalorado mi restablecimiento. Un nuevo ataque me demostró
que el estado de mi salud no era completamente satisfactorio. Por ello, me
vi obligado a aceptar otro destino en Berlín, donde esperé, pacientemente,
el desarrolló de los acontecimientos.