Page 202 - Vive Peligrosamente
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Encontré a muchos franceses que estaban de nuestra parte como
          consecuencia de sus ideales europeos.  Es  muy posible que en  el futuro
          recordemos todos estos pormenores para poder trabajar conjuntamente y
          cosechar, más tarde, consecuencias fructíferas.
            Cuando empezaba a amanecer, el tren hizo una larga parada. Comprobé
          que habíamos llegado a Gshatsk. Aproveché la ocasión para poder llegar
          hasta la portezuela del vagón, lo que hice sin demasiados miramientos. Al
          abrirla se elevó un coro general de protestas debido al frío que entró por
          ella.
            Avancé hacia la cabecera del convoy, hasta la locomotora. Me  enteré
          que el tren había sido detenido por una patrulla por razones de seguridad.
          Afirmaban que unos cuantos kilómetros  más adelante, los rusos habían
          intentado volar las vías. Al poco oímos unos cuantos disparos.
            Recorrí,  mientras tanto,  el tren. En  uno  de los  vagones hallé un
          "deshecho" humano tirado en un rincón. Era médico de una unidad  y le
          habían designado para sanitario del convoy. Me dijo que padecía de fuertes
          cólicos.
            –Somos compañeros de sufrimientos y de mal –le dije–. Me nombraron
          jefe del convoy,  pero no me han dado órdenes de ninguna clase ni
          instrucción alguna. Me trajeron al tren pocos momentos antes de su salida.
            El pobre médico me contestó:
            –Dispongo de muy pocos medicamentos y de una exigua cantidad de lo
          más indispensable para hacer una cura.
            Aquello  me  convenció de que cuando se  formó el convoy había tal
          desorganización que nadie supo hacer las cosas bien. Era aquél el último
          tren salido de Moshaisk. Incluso se temió que no pudiera salir de la ciudad.
            Tal fue  mi respuesta  al  médico enfermo. Bajamos del vagón  y
          recorrimos el convoy. En cuanto reconocieron al médico por el brazal que
          llevaba, todos se apresuraron a llamarle. No había duda de que debíamos
          organizarnos urgentemente. Entre los heridos leves, encontré a cuatro
          suboficiales  de Sanidad; el grupo lo aumenté  con otros tres  oficiales
          jóvenes.
            Reunimos nuestros equipajes y nos  instalamos  en el primer  vagón.
          Seguidamente metimos en nuestras mochilas vendajes y medicamentos y
          pasamos de  un vagón a otro por encima de las oscilantes pasarelas de
          madera que los unían ya que el tren había iniciado la marcha. Sólo en los
          casos graves llamábamos al médico. Pero, desgraciadamente, éste no podía
          hacer mucho.
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