Page 199 - Vive Peligrosamente
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centenares de soldados que se retiraban sin orden ni concierto. Todo hacía
suponer que estaba próxima la desintegración del Ejército alemán, en los
umbrales de una gran catástrofe. No me fue posible dejar de evocar la gran
retirada de las tropas de Napoleón, llevada a efecto cien años antes.
¿Era verdad, era realmente verdad que Rusia resultaba invencible?
Unos kilómetros más adelante, me encontré con un coronel que
gesticulaba alocadamente y gritaba frases entrecortadas a los soldados que
pasaban por donde él estaba. Su oficial ayudante se limitaba a permanecer
tras él, tranquilo y estático, con una apostura de infinito cansancio. Su
expresión parecía dar a comprender que no se hacía responsable de los
gritos de su superior. Estaba pensando yo en que los altos oficiales ya
empezaban, también, a perder los nervios, cuando el coronel me hizo señas
de que me acercase, lo que así hice. Me preguntó:
–¿Hacia dónde se dirige?
–Hacia Wolokolamsk, en cumplimiento de órdenes –le respondí.
–Hace ya tiempo –me replicó–, que la ciudad ha sido tomada por los
rusos. Es necesario que se quede aquí –continuó–; le doy plenos poderes
para detener a todos los soldados que pasen por este sector. Deseo que
establezca un nuevo frente para detener al enemigo.
Y, sin más, montó en su coche y se perdió en la lejanía. Su ayudante me
lanzó una mirada cuyo significado no supe captar bien.
Durante un buen rato estuve dudando y procuré reflexionar
detenidamente. Me decía a mí mismo:
–Acabo de recibir una orden; un poco embrollada, pero una orden.
Pero...
Reaccioné y decidí:
–No; no puedo cumplir tal orden. Mi obligación es la de procurar que
llegue a su destino la columna a mi mando. Todo me hace suponer que
muchos han perdido la cabeza.
Llegué a Wolokolamsk, donde encontré al resto de mi División. Ni un
solo ruso se había acercado a la ciudad. Hasta disfrutamos de un corto
período de descanso.
Mas, a pesar de ello, nadie dudaba ya de la gran catástrofe que se nos
venía encima a pasos agigantados.
En Moshaisk volví a sufrir un nuevo cólico. Los médicos me enviaron al
hospitalillo de nuestra División, en el que recibí tratamiento de cura a base
de inyecciones. Del detenido reconocimiento que me hicieron, a pesar de
que yo me negase a ello, resultó que padecía de la vesícula biliar. ¡Me