Page 196 - Vive Peligrosamente
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Tanto nuestra División como la de nuestros vecinos del flanco izquierdo
          nos limitábamos a cumplir las órdenes dadas por el Mando. Retrocedíamos
          y nos parábamos cuando así nos lo ordenaban.
            En Istra recibí la orden de recuperar todos los vehículos que se hablan
          quedado en Rusa para, desde allí, llevarlos a Wolokolamsk. De nuevo volví
          a pasar por  "nuestro camino de troncos", dándome cuenta de que, a un lado
          y otro del mismo, había vehículos abandonados. No oímos más que el ruido
          de nuestros motores: todo el ambiente estaba sumergido en el más completo
          silencio.
            Llegué a Rusa al amanecer. Allí,  me apresuré a  reunir a  mis  más
          directos colaboradores. No sólo estaba terriblemente cansado, sino que,
          además, me  encontraba completamente roto, destrozado. El dolor que
          sentía en la cabeza no cedía ni un solo momento.
            Un gendarme militar me invitó a tomar una taza de café. Los vehículos
          de la 257 División de Infantería desfilaban bajo las ventanas de la casa en
          que estaba. Al poco me quedé dormido, acurrucado en una esquina de la
          caldeada estancia. Poco antes de las dos de la madrugada fui despertado por
          un suboficial de la gendarmería militar, que me dijo:
            –Señor teniente, el último vehículo acaba de salir. Tenemos orden de
          volar a las dos y media el puente. Los rusos están a la puerta de la ciudad.
            Acabé de despertarme por completo y, horrorizado, pensé:
            –Si vuelan el puente me encontraré aislado en unión de mis doscientos
          camiones.
            No creía que los rusos estuvieran a las puertas de la ciudad.
            Por el contrario, creí que la noticia era producto  de una psicosis de
          pánico colectivo.
            Me di prisa en salir de la casa y oí el zumbido de los motores, dándome
          cuenta de que varios de mis camiones ya estaban en marcha. Ordené a mis
          hombres que se diesen prisa, y me dirigí sin tardanza al puente, en unión
          del suboficial que me había despertado.
            Al llegar a él me encontré con un teniente de una brigada de zapadores;
          los hombres que estaban a sus órdenes ultimaban los preparativos para la
          voladura de la obra. Le pregunté si sabía que doscientos camiones
          alemanes, con toda su carga, estaban aún en las inmediaciones. Me contestó
          que lo ignoraba, pero que no le importaba que así fuera, porque él estaba
          dispuesto a cumplir la orden que le habían dado; y que, por tanto, a las dos
          y media en punto volaría el puente...
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