Page 195 - Vive Peligrosamente
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–Sí, es mi marido. Hace tiempo que está enfermo e incapacitado para
          toda clase de trabajo.
            Continuó diciéndonos que lo habría puesto "de patitas en la calle" en
          cuanto cayó enfermo, pero que no tenía fuerzas para arrastrarlo. Y,
          seguidamente, nos rogó  que nosotros  hiciésemos tal trabajo  por ella.
          Cuando, como es natural, nos negamos a  complacerla y colocamos  el
          cuerpo de su marido a su lado, en la cama, no le prestó ni la más mínima
          atención. Sinceramente, ignoro cómo terminó aquel drama, ya que tuvimos
          que dejar el  pueblo  no tardando mucho. Pero supongo  que los  soldados
          rusos que llegaron al abandonarlo nosotros, precipitaron la  muerte del
          anciano dejándolo abandonado a la intemperie.
            No pasó mucho tiempo sin que tuviésemos que hacer frente a la
          realidad: no podíamos seguir avanzando ni, tampoco,  mantener nuestras
          posiciones. ¡El invierno ruso nos había vencido!
            El 11 de diciembre de 1941, Alemania e Italia declararon la guerra a los
          Estados Unidos, en cumplimiento del pacto firmado con Japón. No tuvimos
          mucho tiempo para pensar en las consecuencias que podrían dimanar de
          aquel extraordinario acontecimiento, porque el 12 de diciembre
          emprendimos la retirada.
            Recibimos la orden de retroceder hasta la línea Wolokolamask–
          Moshaisk. Los combates que hubimos de sostener durante la retirada nos
          causaron muchas más bajas que los que sostuvimos al avanzar. Nos vimos
          forzados a abandonar una gran parte de nuestro material de guerra, ya que
          el invierno, el gran tirano de Rusia, lo tenía aprisionado fuertemente entre
          sus garras. Ni siquiera nos fue posible salvar todos nuestros cañones; la
          Sexta Batería se vio obligada a volar varios de ellos ante la imposibilidad
          de arrastrarlos por falta de remolques.
            Nos esforzamos en ocultar nuestros respectivos estados de ánimo. Hasta
          llegamos a  evitar cualquier conversación que pudiera referirse a aquella
          desastrosa retirada. Cada uno de nosotros procuraba cumplir con su deber
          lo mejor que podía,  ocultando el miedo  y la amargura que se había
          apoderado de nuestras almas.  Hicimos todo lo posible por no pensar,
          limitándonos a actuar de una forma mecánica, exactamente igual que si
          fuésemos autómatas.
            No obstante, seguía uniéndonos una  decisión: la  importantísima de
          evitar, por todos los  medios, que nuestra derrota se convirtiese  en una
          catástrofe.
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