Page 192 - Vive Peligrosamente
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"acompañar" a las tan famosas patatas. Nadie nos molestamos en preguntar
si la carne era o no de caballo, de vaca o de gato. ¡Era carne y bastaba!
La velada fue agradable; la apuramos al máximo y recordamos nuestros
pasados y "dorados" tiempos de Ucrania, que nos permitieron llenar
nuestros estómagos con carne de cerdo y con la de algún que otro volátil.
Pero para mí duró poco. Me vi forzado a dejar de comer súbitamente.
Sentía que la comida se me atragantaba y que cesaba de sentir interés por
ella. Me enfadé conmigo mismo por no poder continuar participando del
festín. Un cuarto de hora más tarde estaba echado sobre un jergón de paja
sufriendo los dolores de un terrible cólico. Los dolores intestinales eran tan
fuertes que no tenía más remedio que quejarme. El médico de nuestra
unidad, que fue llamado con urgencia, me puso una inyección. Y así, al
cabo de una hora, pude disfrutar del descanso.
Pasados unos días tomamos la ciudad de Istra, que fue defendida
encarnizadamente por el enemigo. Ya he hablado, antes, de su catedral, la
única iglesia ortodoxa que hallé en buen estado. Sus brillantes y
puntiagudas cúpulas nos saludaron desde lejos. Y cuando llegamos nos
apresuramos a utilizarla como enfermería–hospital, ya que era el único
edificio de piedra que continuaba entero. Las grandes estufas que,
provisionalmente, se habían instalado en sus inmensas naves apenas
bastaban para calentar el ambiente. Por tal razón, no eran extraños los casos
de congelación, que se multiplicaban entre nuestros soldados heridos.
Los continuos combates nos causaban muchas bajas. Y éstas
aumentaban a pesar de nuestras victorias. Pero continuábamos avanzando.
Y la resistencia de las tropas soviéticas pareció debilitarse. Hasta tal punto,
que se nos opusieron varios batallones de trabajadores rusos, mal instruidos
y peor armados, procedentes de Moscú.
Opino que el genio de Stalin debe de ser reconocido; incluso cuando se
nos enfrentó como adversario. El gran Stalin, que en 1941 demostró saber
resolver la difícil situación en que se encontraba Rusia cuando el Ejército
alemán llegó a las puertas de Moscú, estoy convencido de que, ni un solo
momento, había pensado en capitular y que estaba dispuesto a sacrificar la
capital de "su reino". Estoy persuadido de que habría llegado a poner en
práctica el ejemplo dado por los dirigentes rusos de la época de Napoleón:
incendiar la capital para que ésta fuese pasto de las llamas si hubiese
llegado a caer en nuestras manos.
Nuestro Alto Mando pensó lo mismo. Ordenó la formación de un
batallón de tropas especiales, destinadas a impedir la destrucción de los