Page 189 - Vive Peligrosamente
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Cuando nos reuníamos dentro de los "bunkers", nos olvidábamos de la
humedad que endurecía nuestras botas y nuestros uniformes. ¡Teníamos
nuestro hogar! ¡Primitivo y de guerra, pero confortable!
Solíamos hablar...
¡Cosa notable! Sólo hablábamos de la patria cuando recibíamos
correspondencia. En aquellas ocasiones enseñábamos las fotografías que
nos enviaban nuestros familiares. Y nos apresurábamos a escribir la carta
de contestación. Ya no pensábamos en la palabra "permiso"; sabíamos que
había perdido todo su significado. En las horas restantes, la patria estaba
lejos, ¡demasiado lejos!, para ser recordada.
Por mi parte, yo sólo me acordaba de ella por la noche, cuando me
despertaba sobresaltado como consecuencia de recibir un involuntario
golpe de cualquiera de mis camaradas. No obstante, guardaba para mí los
recuerdos y pensamientos; no los exteriorizaba ni compartía con nadie. Los
hombres no acostumbran hablar de una cosa lejana, ¡casi inalcanzable!
Es posible que todo aquel que se ha encontrado en parecida situación
haya sentido lo mismo.
Cierto día fuimos sorprendidos por un inesperado cañoneo ruso. Nos
apresuramos a salir de las casas y a buscar protección en el exterior de
ellas. Los veinte rusos que había en el pueblo corrieron todos en la misma
dirección, con tan mala fortuna que un proyectil estalló entre ellos. Cuando,
casi inmediatamente, llegamos al lugar del hecho, nos encontramos con que
los supervivientes estaban despojando a sus compatriotas muertos, y a los
heridos, de las ropas de abrigo y de las botas que llevaban puestas. Al
impedir que continuaran haciéndolo, nos miraron atónitos. Yo no creo que
una acción tal pueda ser calificada de insensible crueldad en un país como
aquél; creo, por el contrario, que el constante terror y la implacable miseria
habían endurecido a sus habitantes privándoles de todo sentimiento de
piedad, y no se daban cuenta de que trataban a sus propios compatriotas
con una dureza infrahumana.
A mediados de noviembre descendió la temperatura súbitamente, sin
ninguna previa transición. El termómetro descendió a veinte grados bajo
cero, ¡y aquello fue todo! Se creó un nuevo y agudo problema para el gran
número de vehículos que habían quedado aprisionados por el barro.
Durante la noche se endureció el suelo de las rutas. Pero, también se había
endurecido el lecho de barro que aprisionaba a aquéllos desde hacía algunas
semanas. Esto nos obligó a ir rompiendo el barro a trozos, con grandes