Page 188 - Vive Peligrosamente
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al borde de los caminos, arrancaban un trozo de carne, se lo llevaban a la
boca y continuaban su camino.
Nuestra sección estaba acantonada a unos veinticinco kilómetros de
Rusa. Para que nuestros vehículos pudiesen llegar hasta allí, construimos
un "sendero" de troncos de árboles. Sobre el suelo de barro fuimos
colocando troncos de tres metros de largo que, en sus extremos, quedaban
sujetos por piezas de hierro transversales. A uno y otro extremo de este
"camino", instalamos unos puestos telefónicos que, utilizando sus
respectivos micrófonos, daban la señal de paso libre en uno y otro sentido.
Pero, tanto el camión como el conductor del mismo, llegaban al final del
"camino" completamente derrengados como consecuencia del traqueteo
que tenían que soportar al atravesarlo. Tal cosa no la soportaba mi
estómago, por aquel entonces en no muy buenas condiciones.
La temperatura, que empezaba a bordear los cero grados, no tenía nada
de agradable, sobre todo los días húmedos, y nos obligaba a dormir en las
casas de los campesinos. La población civil que no había sido evacuada
estaba compuesta por hombres ancianos y algunas mujeres.
Sólo utilizábamos los "bunkers", bien construidos por los prisioneros,
cuando iba en aumento el fuego de los rusos. Aquéllos habían sido
construidos al abrigo de un montículo. Realmente, habíamos hecho muchos
progresos en la construcción de tales "cavernas". Su estrecha entrada se
prolongaba en un pequeño recodo; su abertura disponía de una puerta hecha
de tablas. El interior de ellos tenía abundante cantidad de heno. Pero
nuestro mejor descubrimiento para ellos fue la pequeña chimenea, a la que
habíamos bautizado con el apelativo de "calor de corazón"; se trataba de
una obra muy rudimentaria que contaba con un "tiro" formado por un
simple agujero desde abajo hasta la superficie por el que salía el tubo de
latón.
Los "calores de corazón" humeaban y calentaban como auténticas
chimeneas. Y cuando veíamos sus alegres llamas y nos acercábamos a
ellas, olvidábamos el intenso frío que reinaba en aquellas latitudes.
Un pequeño quinqué iluminaba nuestras confortables veladas. Aunque
nuestro estómago estuviera vacío de comida sólida, siempre disponíamos
de algún brebaje caliente para reconfortarlo. Incluso encontrábamos muy
agradable la extraña infusión que nos preparaban nuestros cocineros de
campaña, un sustitutivo del te al que denominábamos "bosque alemán".