Page 184 - Vive Peligrosamente
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cascotes. Sentí un golpe en la nuca y recuerdo que, antes de perder el
conocimiento, tuve tiempo de pensar:
–¡Son los "organillos de Stalin"!
Cuando recobré un poco la conciencia me di cuenta de que todo estaba
muy oscuro y sentí que algo tiraba de mi mano derecha.
–¡Me han enterrado! –pensé.
Pero, afortunadamente, los fuertes músculos de los soldados me sacaron
a la luz del día. Me senté en el suelo completamente aturdido; la cabeza
parecía que iba a estallarme; respiré ansiosamente. Mis ojos sólo veían unas
bolas fosforescentes que giraban ante mí. Sentí que uno de los oficiales con
los que había hablado me tendía su cantimplora diciendo:
–Bebe un trago, camarada; sabe a demonios, pero te ayudará a recobrar
fuerzas y a levantarte.
Un soldado me puso un cigarrillo en la boca. Cuando aspiré la primera
bocanada de humo, exclamó:
–Vuelve a fumar. ¡Demos gracias al cielo!
Tenía toda la razón del mundo. Afortunadamente sólo sufrí unos
cuantos magullamientos.
Sólo años más tarde, cuando ya era prisionero de guerra, se presentaron
las consecuencias de aquella aventura: padecí una lesión interna en el oído
que me desprendió uno de los nervios auditivos.
Los disparos habían hecho blanco en el objetivo que se propusieron los
rusos. Tres soldados resultaron con heridas tan graves, que murieron poco
tiempo después. Hubo varios más con heridas leves como consecuencia de
la expansión de la metralla. A mí me dijeron que había estado relativamente
seguro dentro del hoyo al que me lancé. Afortunadamente, también, mi
mano había quedado visible y pudieron desenterrarme.
Pero sucedió una cosa curiosa. El problema que nos había planteado el
camión atascado en el fango fue resuelto por los proyectiles que estallaron.
Su explosión había lanzado al aire los montones de barro que le
aprisionaban y pudo continuar su camino tranquilamente.
Estaba harto de aquellos parajes. Me apresuré a cruzar la peligrosa curva
y regresé "a casa". Tal cosa, aunque parezca extraña, no lo era para
nosotros. Si siempre que nos dirigíamos al lugar donde estaban en posición
o acantonadas nuestras tropas decíamos "vamos a casa", ello se debía a que
cuando uno se encontraba completamente solo en aquellos inmensos,
desolados e inhospitalarios parajes, nos sentíamos perdidos.