Page 182 - Vive Peligrosamente
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acostumbraba quejarse cuando estaba vacío. Y achaqué la causa a la
reciente pasada enfermedad que había padecido.
Como mi superior más inmediato, el comandante, había sido evacuado
por enfermedad hacía unas semanas, tuve que hacerme cargo del mando de
toda la sección de especialistas de la unidad, en mi condición de su inferior
más próximo, y tuve que dejar el mando de mi querida sección, la II.
Un día tomé una de las flamantes camionetas que habíamos "birlado" a
los "africanos endebles", y marché hacia retaguardia un gran trecho con la
idea de recuperar algunos de los vehículos de remolque que no habían
llegado todavía. Sólo encontré algunos, completamente abandonados en los
caminos enlodazados que conducían a la autopista. La curva que
desembocaba en ella estaba muy cerca del frente. No era agradable ni fácil
pasar por allí, ya que los rusos se divertían barriéndola con ininterrumpidas
ráfagas de ametralladora; apenas veían el más ligero movimiento.
Cuando llegué a la autopista, el cuadro que se ofreció a mis ojos era
indescriptible. Los camiones pesados estaban aprisionados por el barro.
Formaban tres hileras a lo largo de kilómetros y kilómetros de terreno.
Muchos de ellos estaban tan sumergidos en la espesa masa de fango, que
casi no se les veía el "capó". ¡Me pareció estar en un inmenso cementerio
de coches!
No supe qué hacer, ni cómo actuar. ¡Me sentí dominado por un gran
desaliento! Con mi furgoneta ligera continué avanzando por un camino
paralelo a la carretera que, a pesar de estar casi completamente obstruido,
me permitió avanzar bastante. Después, recorrí a pie varios kilómetros de la
autopista por entre los camiones abandonados; al conductor de mi vehículo
le dije que me siguiera por el otro camino. El fango húmedo se posesionó
de mí y pegó mi ropa al cuerpo.
Encontré varios de los vehículos que había echado de menos. Pero no
pude hacer más que anotar sus números así como el lugar donde se
encontraban, después de comprobar la carga que llevaban. No me atreví a
hacer otra cosa.
Los hombres que ocupaban los vehículos, los cuales se veían
imposibilitados de abandonarlos, tenían otras preocupaciones. Hacía tiempo
que habían agotado sus provisiones. Repartí entre ellos los panes y las latas
de conserva que llevaba conmigo. Y comprobé un hecho curioso pero
completamente normal en aquellas circunstancias: el conductor de un
camión que llevaba un cargamento de panes, daba dos de ellos al conductor
de otro que llevaba una carga de latas de salchichas por una de ellas; y el