Page 183 - Vive Peligrosamente
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conductor de otro, cargado de tabaco, ofrecía su mercancía a cambio de
víveres.
Pero, ¿qué podían hacer los hombres encargados de los camiones que
transportaban municiones y gasolina? En aquella situación, las municiones
no podían ser consideradas como artículos de primera necesidad. Los otros
soldados debían dar muestras de camaradería. ¡Y las dieron! Ninguno de
aquéllos pasó hambre. Además, se repartieron el trabajo equitativamente.
Pero se planteaba una cuestión de vital importancia: ¿Cómo podríamos
sacar los vehículos del lodazal en que habían quedado aprisionados?
No nos quedaba otro remedio que esperar a que el barro se secara antes
de iniciar cualquier operación de recuperación.
Por ello, me fui a Moshaisk. Allí pasé una noche tranquila alojado en un
gran "bunker". Antes, pasé la velada en otro "bunker" vino viendo una
película cómica alemana. Aquello me produjo una rara sensación, al pensar
que me encontraba en un país extraño, rodeado de enemigos por todas
partes, asistiendo a una proyección cinematográfica y viendo en la pantalla
imágenes del mundo occidental. También pensé en aquel momento que nos
habíamos vuelto más comprensivos, desde que conocíamos de cerca aquel
inmenso país que podía ser calificado de primitivo.
En nuestro camino de regreso, llegamos a la bifurcación Norte del
pequeño camino paralelo a la autopista, por el que ya pasamos con
anterioridad. Ya nos habíamos acostumbrado a bajar de la furgoneta para
empujarla o levantarla a brazo para sacarla del barro en el que quedaba
estancada con frecuencia. Ello nos ocasionaba sensibles retrasos en nuestra
marcha.
Uno de los camiones cuyo conductor intentó alcanzar los caminos
adyacentes a la autopista, negándose a continuar más tiempo en aquélla, se
quedó totalmente atascado en un hoyo de fango. Los trabajos de rescate
eran interrumpidos por el constante tiroteo de los rusos.
Abandoné la furgoneta al amparo de los muros de una casa, y avancé a
pie. Hablaba con dos oficiales del puesto próximo, a los que había
encontrado, y comentaba con ellos la serie de obstáculos que retrasaban
nuestra marcha, cuando, de pronto, oímos unos persistentes silbidos que se
acercaban adonde estábamos. Todos nos precipitamos a cubrirnos y yo me
lancé a un hoyo ¡muy a tiempo! Los proyectiles estallaron peligrosamente
cerca. Uno, dos, cinco, ocho. ¡No me sentí con ganas de seguir
contándolas! Una lluvia de metralla y tierra cayó sobre mí, mezclada con