Page 187 - Vive Peligrosamente
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Mas, a pesar de todo, los fuertes dolores que sentía en la cabeza no me
          permitieron disfrutar por completo  de aquello. Volví a tomarme otros
          varios comprimidos. Cuando terminé de vestirme sonó la alarma aérea.
          Cinco aviones rusos, volando a baja altura,  atacaron Rusa. Las
          ametralladoras pesadas antiaéreas rompieron el fuego contra los aparatos y
          cada uno de nosotros hicimos lo  más conveniente. Hasta nuestros
          ayudantes rusos tomaron algunas armas, que nadie supo de dónde habían
          sacado, y dispararon contra aquéllos. Nos  causaron muchos  muertos y
          heridos. Cuando terminó el ataque, nos dimos cuenta de que Pior estaba
          entre las bajas definitivas. Ninguno de sus compañeros se ocupó de darle
          tierra; sólo lo hicieron cuando les obligamos a ello. En aquel  momento,
          ignorábamos todavía que una vida humana no tiene mucha importancia en
          Rusia, que un cadáver era una cosa sin ningún valor. ¡No importaba que
          fuese de su mejor amigo! ¡No les preocupaba su pérdida! ¡Extraña e
          insondable alma rusa!
            El entierro de Pior me dio ocasión de conocer el cementerio de la
          ciudad. Estaba en las afueras, completamente abandonado, sobre una colina
          en la que se alzaban varios árboles. Carecía de muro que lo cercara. Las
          tumbas se pegaban las unas a las otras sin orden ni concierto; especialmente
          las  más recientes que, apenas, podían  ser reconocidas como tales. Sobre
          alguna de ellas había una tabla de  madera con un nombre inscrito. Sin
          embargo, las tumbas de los soldados del Ejército rojo sí eran reconocibles
          porque el nombre escrito sobre ellas, presidido por la estrella de cinco
          puntas, estaba pintada en rojo.
            Después de todo no me extrañaba el abandono en que se encontraba el
          cementerio, puesto que era concorde con la aridez del paisaje en que estaba
          situado y coincidía con los dos conceptos que debían informarle:
          desolación  y pasado. Dos principios  recordatorios de la frialdad de la
          muerte.
            En las afueras de Rusa, a unos cuantos kilómetros, había un campo de
          concentración instalado en un antiguo almacén y sus dependencias. Cada
          vez que llegaba una nueva columna de prisioneros de guerra, nos sentíamos
          sobrecogidos. Casi todos los soldados rusos que veíamos estaban
          completamente depauperados, hasta el punto de que eran inútiles para
          cualquier clase de trabajo. Aquello nos permitió darnos cuenta de que "los
          del otro lado" sabían muy bien lo que era pasar hambre. Los prisioneros se
          abalanzaban sobre los cadáveres de los caballos que estaban abandonados
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