Page 181 - Vive Peligrosamente
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explosiones de granadas  nos dieron a entender que no estábamos  muy
          alejados del frente.
            Tomamos Rusa, una pequeña ciudad situada al lado de un afluente del
          Moskowa, a mediados de octubre de 1941. Desde que habíamos vencido la
          resistencia enemiga en la zona de Moshaisk, la de los rusos de aquel sector
          no fue tan obstinada ni sus ataques tan frecuentes.
            Abrigábamos la esperanza de poder instalar nuestro Cuartel general en
          la orilla derecha del Volga, lo que significaría, en nuestra opinión,  otra
          campaña ganada.
            La zona industrial de los Urales, que tan vitalmente nos interesaba, sería
          puesta "en las  manos" de nuestra Luftwaffe. La  moral, espiritual  y
          combativa, de nuestras tropas, que ya habían conseguido conquistar más de
          seis  mil kilómetros de un país que  parecía no tener límites, estaba en
          perfectas condiciones. ¡Todo hacía suponer que la  suerte de la campaña
          estaba a favor nuestro!
            Todavía pudimos avanzar unos cuantos kilómetros  más bordeando la
          ciudad de Rusa, cuando el "dios–tiempo" pareció ensañarse con nosotros.
          Una densa e ininterrumpida lluvia convirtió en intransitables los caminos y
          carreteras. Los vehículos se quedaban  pegados al barro; los camiones se
          hundieron en las ciénagas. Nos vimos  forzados a prescindir de ellos  y a
          servimos, única y exclusivamente, de las  pequeñas camionetas
          "Volskwagen". En todo  momento encontrábamos unos cuantos hombres
          dispuestos a ayudarnos cuando  se quedaban atascadas. En aquellas
          ocasiones, se oían los gritos de "ho... ruck, oh... ruck". E, inmediatamente,
          la ligera camioneta rodaba en tierra firme y podía avanzar, de nuevo, hasta
          que, otra vez, volvía a atascarse en el fango y barro.
            No pasó mucho tiempo sin que  nos viéramos  imposibilitados de
          continuar el avance debido a que ninguno de nuestros vehículos estaba en
          condiciones  de proseguir. Fue una suerte que durante algunas semanas
          estuviese en relativa calma el frente. Nos cargamos con las municiones más
          indispensables. Las raciones de rancho, de día en día, iban siendo
          acortadas. El plato en el que se nos servía el rancho quedaba cada vez más
          vacío, y la ración de pan menguaba cada día.
            El "muckefuck" o "negerschweitz"  –sudor  de negro–, nombres que
          dimos al nauseabundo café, cada vez era más aguado y menos espeso; los
          posos que quedaban al hacerlo eran hervidos una y otra vez. A mí no me
          importaba la escasez de alimentos, ya que apenas tenía apetito desde hacía
          unas semanas. No podía comprender los  motivos, ya que mi  estómago
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