Page 197 - Vive Peligrosamente
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Testigos de nuestra conversación eran sus hombres, que esperaron a ver
          cuál era mi reacción. Dándome cuenta de ello, me decidí y dije al teniente
          que no permitiría que volase el puente porque, en el caso de que lo hiciese,
          nuestro precioso material iría a parar a manos del enemigo.
            A toda prisa regresé a Rusa. Hice que me acompañasen cuatro de los
          camiones cargados, tomé  otras tantas  ametralladoras y ocupé el puente.
          Seguidamente di orden de que los faros de los camiones iluminasen el
          dichoso puente y, con el resto de mis hombres, vigilé el camino que unía
          una orilla con la otra. La sección de zapadores no estaba preparada para
          hacer frente a una situación como aquélla. Todos ellos se quedaron con la
          boca abierta. Como se disponían, no obstante, a terminar su trabajo, les dije
          que no tuvieran prisa, colocándome en donde estaba el botón para contacto.
          Mientras los zapadores aguardaban, los primeros  de nuestros  vehículos
          empezaron a atravesar el puente, logrando, incluso, que el último de ellos
          acabase de pasarlo a las tres treinta en punto.
            Cuando terminó la operación, me apresuré a volver donde estaban las
          avanzadillas que había ordenado se estableciesen a la entrada del pueblo.
          Los soldados que formaban parte de ellas  me informaron de que no se
          tenían noticias del enemigo. Ordené se llevara  a cabo una detenida
          inspección del pueblo antes de abandonarlo, medida acertada,  ya que
          encontré a uno de  nuestros hombres en  un pajar, que dormía
          tranquilamente. Nadie  sabía nada  del  enemigo. Todo hacía suponer que
          había decidido dejarnos en paz. Con el último de  mis soldados crucé  el
          puente y di orden de que fuese volado. Vi cómo su maderamen saltaba por
          los aires pero no pude menos de pensar que la helada superficie del río
          facilitaría el paso del enemigo.
            Al emprender la marcha, caí en medio de un caos. En nuestro camino
          hacia el Norte encontramos varias columnas cuya  marcha desorganizada
          demostraba que no eran mandadas por nadie. Las cunetas de la carretera
          estaban llenas de material que no había sido inutilizado.
            También comprobé que el equipo de la mayoría de los soldados dejaba
          mucho que  desear y que no estaban armados convenientemente. Se
          limitaban a taparse con el capote corriente, que no era suficiente para
          defenderles contra el intenso frío que les torturaba.
            ¡Era imposible que pudiesen luchar en tales circunstancias!
            Al llegar a  una pequeña aldea  pude ver que un  numeroso grupo de
          soldados estaban agolpados frente a un granero. Como nos vimos forzados
          a hacer un alto, me acerqué al lugar para ver qué sucedía. Los soldados
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