Page 201 - Vive Peligrosamente
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también había heridos graves; las conversaciones a media voz eran
interrumpidas, frecuentemente por sus lamentos. Flotaba en el ambiente un
algo invisible pero palpable que nos impedía dormir. ¿Sería la tremenda
tensión que se había apoderado de nosotros durante los últimos años?
En todas las conversaciones se repetían las mismas palabras: ataque,
trinchera de protección, fuego de artillería, defensa, frío...
El tren parecía "saltar" en vez de avanzar. Cada dos por tres se paraba,
avanzaba unos cuantos metros y volvía a detenerse.
Cuando, pasando por encima de mis camaradas, intenté alcanzar la
portezuela, comprobé que todos mis esfuerzos resultarían vanos: el suelo
estaba totalmente cubierto de personas y bultos, y la oscuridad reinante me
impedía distinguir los unos de los otros. Decidí que no podía hacer nada
aquella noche, que debía esperar a que amaneciera para poder actuar.
Ofrecí mi sitio a un camarada para que descansara un rato y permanecí
de pie, apretado por los demás. Cuando me disponía a encender un
cigarrillo sentí que me hablaban en francés. Aquello me extrañó. La llama
de la cerilla me permitió ver a un hombrecillo que vestía nuestro uniforme.
Hice acopio de todos mis conocimientos de francés y entablé conversación
con él. Así pude enterarme que pertenecía a la "Legión Extranjera", que
tenía 48 años y cinco hijos. Me dijo que era picapedrero y que había
aceptado un empleo que le ofrecieron en Alemania el año 1940. Las cosas
le fueron bien. Pero cuando se pidieron voluntarios para el frente, en su
condición de viejo "poilu" que era, se había alistado. Sabía que su familia
estaba bien atendida, pues recibía la misma asistencia que las de los
soldados alemanes. Me dijo que estaba herido ligeramente en un brazo y
que esperaba volver al servicio activo pasado poco tiempo. Seguidamente,
afirmó:
–C'est une guerre contre l’Asie et pour l’Europe. (Es una guerra contra
Asia y por Europa).
Pensé que aquel francés que vestía nuestro uniforme y combatía por
nuestros mismos ideales podía ser tenido como un símbolo de la nueva
Europa que resurgiría después de la guerra.
Los franceses y los alemanes, en muchísimas ocasiones, han luchado
entre ellos. Hacia más de cien años que los ejércitos de Napoleón intentaron
conquistar el Este. Pero... ¡en aquel entonces el genial corso no tenía
voluntarios alemanes entre sus tropas, dispuestos a combatir a su lado!
¿Habría existido la tradicional enemistad entre ambos pueblos si los dos
hubiesen combatido, estrechamente unidos, contra un enemigo común?