Page 210 - Vive Peligrosamente
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profesores nativos del Irán. Cada uno de los grupos sería acompañado por
          un persa que les facilitaría las misiones asignadas. Las diversas secciones
          (o grupos) estaban convenientemente equipadas. Sólo se estaba a la espera
          del aviso de un oficial alemán que  había entrado clandestinamente  en
          aquella nación.
            Las informaciones, que se recibían por radio, llegaban a otra Sección del
          Ministerio. Como yo, en aquellas fechas, aún creía en la existencia de una
          estrecha colaboración entre los distintos servicios alemanes, tal  cosa  me
          causó extrañeza. Ignoraba entonces que tendría que pasar por una serie de
          decepciones en tal aspecto.
            Pude darme cuenta de que los hombres, en la retaguardia nacional, no se
          comportaban de la misma manera que en el frente, donde todos debíamos
          luchar por nuestra vida;  en las trincheras,  cada individuo hacía todo lo
          posible para comprender y ayudar a los demás.
            En la retaguardia de la Patria el egoísmo de cada cual era mucho mayor.
          Todos tenían un especial interés en sobresalir y ostentar un cargo más
          importante que el de su compañero. Allí reinaba el "sacro egoísmo" como
          dueño absoluto,  y estaba estrechamente relacionado con el "sacro
          burocratismo". Por entonces yo ignoraba tal cosa,  ya que, de haberla
          conocido, no habría aceptado el puesto que se me ofreció.
            La "operación Irán" era designada con el nombre en clave de "Franz".
            Para llevarla a efecto se había elegido un gran lago de sal, al suroeste de
          Persia, como lugar de lanzamiento de nuestros paracaidistas. Dos oficiales
          de mi Sección, tres suboficiales y un persa estaban preparados para salir en
          cualquier  momento. Después de numerosas negociaciones, conseguimos
          que la Luftwaffe pusiera a nuestra  disposición  un "Junker–290", muy
          apropiado para cubrir el largo vuelo.
            Los pertrechos de cada hombre tenían que ser escrupulosamente
          revisados; su peso no debía de sobrepasar ni un gramo más de lo fijado, y
          éste debía estar equilibrado con el del carburante que se necesitaba para el
          viaje.
            Tan sólo el que haya cumplido una misión de aquel estilo podrá hacerse
          una idea de los cálculos que hubieron de efectuarse y de las innumerables
          variaciones de los mismos. Era preciso revisarlo todo, absolutamente todo.
          Desde las armas a los víveres; desde el equipo hasta las municiones; desde
          los explosivos hasta los regalos destinados a los jefes de las tribus.
            Recuerdo perfectamente  que la preparación de los regalos nos
          proporcionó muchos quebraderos de cabeza. Consistían en varios fusiles de
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