Page 60 - Vive Peligrosamente
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museos de la Corte, que se encontraban donde había sido instalada la
          tribuna de honor. Como es de suponer, aproveché la oportunidad para poder
          ver, "desde arriba", la marcha triunfal de las tropas alemanas, en compañía
          de mis obreros.
            La voz de Adolf Hitler, ampliada por los altavoces, que habían  sido
          instalados en la Plaza de los Héroes, nos llegó:
            "En esta gloriosa hora, puedo anunciar al pueblo alemán el
          acontecimiento más decisivo de mi vida. Como Führer y Canciller de la
          Nación alemana, participo del momento histórico en que mi Patria entra a
          formar parte del Reich alemán".
            El efecto que tales palabras causaron en nosotros fue inenarrable.
            Los meses siguientes, que trajeron consigo la "puesta en práctica" de la
          unión, no fueron tan alegres. Hubo muchos equívocos; muchas medidas no
          fueron dadas a conocer; y muchas buenas intenciones quedaron en tales. Ya
          he hablado  de la disolución de las asociaciones estudiantiles. Pero la
          integración no fue llevada a cabo con el cuidado y la comprensión que se
          merecían unas asociaciones tan arraigadas desde hacía siglos. Mas no es mi
          misión hablar de esto.
            Al cabo de poco tiempo, toda Austria se vio invadida por una oleada de
          funcionarios del  Partido. Los  dirigentes alemanes tenían la misión de
          instruir a sus colegas austriacos. Lo mismo sucedió con los funcionarios de
          diversas asociaciones y con los "jefes de grupo".
            Fue entonces cuando el  Partido cometió un grave error, según mi
          apreciación personal.
            En lugar de empezar por buscar un apoyo en personas que poseían
          ciertas cualidades humanas y de carácter, se apoyaron en "fuerzas brutas".
          A pesar de  que el austriaco es,  más  bien, bonachón, también posee un
          sentimiento muy acusado que le hace repeler todo lo que implique falta de
          tacto. Y con esto debió de enfrentarse innumerables veces.
            Muchos de los funcionarios nos dieron la impresión de que desconocían
          el carácter austriaco; que nos consideraban como gentes irresponsables que
          se ríen por cualquier chiste y que no toman la vida en serio.
            Si eran realmente, sinceros, si no eran tontos, debieron reconocer el
          error que estaban cometiendo. Puede que parezca un chiste,  pero, sin
          embargo, fue una lamentable realidad que me tocó presenciar lo que voy a
          referir a continuación:
            Un jefe de secciones nacional–socialista, procedente del lejano  Oeste
          alemán, se asombraba sinceramente de que  nosotros, los austriacos,
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