Page 55 - Vive Peligrosamente
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–Procura –le susurré–, que estos hombres guarden sus pistolas, no
          quiero que se entable un tiroteo.
            Ascendí la escalera a grandes zancadas y anuncié al Presidente en voz
          alta:
            –Señor Presidente, acabo de ser informado de que el Canciller ha
          mandado una compañía de policía para que os  proteja. Debemos hablar
          telefónicamente con la Cancillería para que el teniente sepa que no debe
          iniciarse ningún tiroteo.
            El Presidente, el oficial y yo, entramos en una pequeña habitación del
          primer piso donde  había un aparato telefónico. Conseguimos comunicar
          con la Cancillería y le expuse la situación al doctor Seyss–Inquart. Acto
          seguido puse el microteléfono en las manos de Miklas, que pareció estar
          conforme  con lo  que le  dijo el Canciller. Asintió  varias veces y  yo me
          apresuré a apartar al teniente. Le dije:
            –Ordene a sus hombres que guarden sus armas. Como puede comprobar,
          sólo queremos que todo se desarrolle en paz.
            El oficial salió y oí cómo ordenaba:
            –¡Guardar las armas todos!
            El doctor Miklas volvió a darme el aparato. El Canciller me agradeció el
          importantísimo servicio que le había prestado, y me rogó que permaneciera
          con el Presidente, añadiendo:
            –Deseo que no se vierta ni una sola gota de sangre. Tome el mando de
          los hombres que he enviado  y  vele por la seguridad del Palacio
          Presidencial. Ordene usted que los policías monten la guardia en torno al
          edificio.
            Puse en conocimiento del teniente las órdenes que había recibido, y se
          mostró de acuerdo con ellas. Me reuní con los hombres que esperaban en el
          vestíbulo  y  pude comprobar que casi todos ellos eran obreros; sus
          expresiones me parecieron inteligentes. Les informé de las órdenes que me
          había dado el Canciller.  Volví a salir a la calle y dije a los policías que
          patrullaran por las inmediaciones del Palacio.
            Sin embargo, pude comprobar más tarde que estas medidas de seguridad
          adoptadas habían sido innecesarias, ya que no se registró disturbio alguno
          en la ciudad. Las manifestaciones de la tarde no volvieron a repetirse. Toda
          Viena durmió en calma aquella noche.
            El derrumbamiento de un gobierno que había regido al país durante seis
          años pasó casi inadvertido. Pude tranquilizarme y pensar con calma en el
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