Page 50 - Vive Peligrosamente
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conseguíamos evitar el preguntarnos: "Los hombres que han contribuido a
que se produzca un cambio tan radical, ¿son, realmente, los indicados?
¿Están preparados para seguir, fielmente, la trayectoria que se han
trazado?"
Tal y como era de esperar, no tardó en aparecer en el balcón Seyss–
Inquart, el nuevo Canciller. Pronunció un corto discurso, cuyas palabras no
pudimos captar por encontrarnos bastante alejados. Nos saludó con el brazo
en alto (el característico saludo de los nacional–socialistas) entre las
aclamaciones de la multitud. Ante esta conducta, una serie de preguntas se
forjaron en nuestra mente: ¿Era posible que Seyss–Inquart fuese nacional–
socialista? ¿Era realmente cierto que el gobierno Schuschnigg había sido
disuelto por la "camarilla" de los "nazis"? ¿Qué sucedería de ahora en
adelante? Nos sentíamos sorprendidos, confusos. Nos resistíamos a creer lo
que estábamos viendo. Al fin, entramos en razón y nos dijimos a nosotros
mismos: "¡Que sean los políticos los que se rompan la cabeza solucionando
tan difícil problema!"
La alegría de las gentes era inmensa; todos estaban muy contentos de
haberse desembarazado de un gobierno que no satisfacía sus deseos ni
cumplía sus promesas. Las escenas que presencié, fruto del entusiasmo,
eran inenarrables. Todos los rostros que me rodeaban estaban radiantes de
entusiasmo; todas las gargantas gritaban de alegría. El himno nacional
alemán era cantado por centenares de voces; la multitud se sentía liberada,
comprendida, entusiasmada. Sólo tenía un pensamiento: "¡Al fin ha
terminado la guerra fratricida; al fin hemos logrado nuestras ansiadas
metas!"
A las once de la noche el presidente Miklas nombró a Seyss–Inquart
Canciller de la República austriaca. ¡Acababa de presenciar un
acontecimiento histórico de gran significado!
Se había resuelto un problema planteado en 1848 y que, desde entonces,
había sido una espina que laceraba el corazón de millones de alemanes.
¡Habíamos logrado lo que tanto soñábamos!
Regresamos hacia las calles secundarias enfrascados en nuestras
conversaciones cuando, de pronto, vimos que se abría una cancela y que un
enorme coche negro, de aspecto oficial, salía del edificio gubernamental.
Nos aproximamos a él pero no pudimos reconocer a sus ocupantes. Al poco
rato, por una puertecita lateral, salieron dos hombres dando muestras de
tener gran prisa. Reconocí en uno de ellos a Bruno Weiss, el dirigente de
las asociaciones deportivas pro–alemanas; me di cuenta de que me había