Page 49 - Vive Peligrosamente
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La noche de aquel día nos debía traer un cúmulo de sorpresas. Mientras
          las calles principales estaban abarrotadas de gentes que portaban antorchas
          y la plaza de los Héroes se llenaba de una masa delirante que cantaba y
          gesticulaba, nuestra calle, algo apartada, estaba relativamente tranquila. De
          pronto, sin previo aviso, la policía  vienesa hizo acto de presencia,
          procedente de la plaza Minoriten; sus coches–patrulla pasaron  cerca de
          nosotros. Descendieron de ellos, armados con pistolas automáticas, los
          agentes y se dirigieron a los edificios gubernamentales. No dimos crédito a
          nuestros ojos cuando comprobamos que los policías llevaban brazaletes con
          la cruz gamada. ¿Qué había sucedido?
            El doctor Seyss–Inquart, un abogado vienés, había aparecido sobre el
          escenario político solamente unos años antes. Era uno de los hombres que,
          junto con el doctor Glaise–Horstenau, hicieron lo posible por reconciliarse
          con los denominados "círculos nacionalistas", cuyas actividades habían
          sido prohibidas desde 1933. A pesar de ello, ninguno de nosotros creíamos
          que Seyss–Inquart, o el coronel Glaise–Horstenau, fuesen nacional–
          socialistas. Por ello nos sentimos enormemente sorprendidos cuando vimos
          a los policías con los brazaletes de la cruz gamada. ¡El símbolo del III
          Reich!
            Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que las filas de los portadores
          de antorchas se paraban de pronto. Gerhard, mi amigo, y yo nos abrimos
          paso hasta la calle principal para seguir más de cerca los acontecimientos.
          Apenas pudimos abrirnos paso a través de la calle que se hallaba frente a
          nosotros  y que estaba cortada por los grandes barrotes de hierro que
          circundaban el parque de la ciudad.
            El balcón histórico del antiguo edificio gubernamental fue el centro de
          nuestro campo visual. No pude dejar de pensar:
            "¡Cuántas veces Metternich vería, desde este  mismo balcón, cómo se
          desvanecían  sus esperanzas durante los años  en que tuvo las riendas del
          gobierno en Austria!"
            La luz de las antorchas iluminaba las siluetas de unos cuantos hombres
          que habían aparecido en el balcón, y que desplegaban una bandera en la
          que podía distinguirse la  cruz gamada. Sentí que  mi corazón saltaba de
          júbilo. ¡Veía cómo ondeaba, en el balcón del Palacio gubernamental de
          Austria, la bandera del Movimiento nacional–socialista!
            Nos dábamos cuenta, súbita e inesperadamente, de que en Austria se
          habían producido unos cambios de destino de suma importancia. Cambios
          que iban  mucho más lejos de lo  que podíamos esperar.  Pero no
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