Page 46 - Vive Peligrosamente
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y social, cristiano y puramente austriaco, que prometiera la paz y el trabajo,
          la igualdad de todos ante el pueblo y la Patria". La respuesta afirmativa a
          tales trivialidades, y a otras cosas sobre las que  todos estábamos de
          acuerdo, podía ser tomada como una demostración del "poder" de
          Schuschnigg. Era algo como si se hubiese preguntado al pueblo si deseaba
          la paz, la felicidad, el bienestar... No  puede dudarse de que la respuesta
          habría sido un unánime "sí"; un "sí" que habría robustecido la legitimación
          de un poder que no se había atrevido a enfrentarse, de verdad, con unas
          elecciones libres.
            El 10 y el 11 de marzo la excitación latente en Viena alcanzó su punto
          culminante.  La situación de los empleados estatales pareció volverse
          particularmente crítica, pues se vieron obligados a emitir su voto con
          arreglo a los puestos que desempeñaban; no podía existir un secreto en
          torno a las  elecciones.  Yo mismo estaba decidido a permanecer a la
          expectativa. Como consecuencia de varias conversaciones que sostuve con
          mis amigos y conocidos, llegué a la conclusión de que muchos ciudadanos
          habían adoptado mi misma línea de conducta y tomado igual decisión.
            A pesar de todo, la solución no satisfizo a nadie. Las abstenciones en las
          elecciones hicieron de nuevo surgir la duda sobre la incógnita de si "ese"
          gobierno, el  resultante de aquéllas, habría sido elegido  y apoyado por la
          mayoría del pueblo.
            Las calles de la ciudad vieja ofrecían, aquel 11 de marzo, un aspecto
          poco corriente en día festivo. Una  manifestación propagandística del
          "Frente patriótico" se extendía por todas las  calles de la  ciudad. Los
          manifestantes utilizaban incluso camiones que circulaban lentamente por
          todas las vías públicas. Recuerdo que permanecí sentado durante bastante
          rato en el café "Fenstergucker", que hacía esquina con la calle Kärntner.
          Los periódicos sólo hablaban del sorprendente comportamiento del pueblo.
          Hasta la prensa extranjera escribió  por entonces extensos artículos que
          trataban de las negociaciones entre Hitler y Schuschnigg. Por uno de esos
          juegos fugaces de la imaginación, me pareció ser testigo, en aquellos
          momentos, de un lento "declive" del gobierno austriaco de entonces.
            Dos de aquellos camiones se detuvieron en la esquina donde estaba yo
          sentado. Pude comprobar que sus costados estaban cubiertos de letreros
          propagandísticos del "Frente patriótico". Sobre cada uno de los camiones
          había por lo menos veinte hombres; unos cuantos vestían uniformes gris–
          claro de las "milicias"; se trataba sin duda de una demostración del "Frente"
          que, realmente, nunca llegó a tener gran arraigo entre los austriacos.
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