Page 42 - Vive Peligrosamente
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no fuesen muy favorables, podían aprovecharse unas horas para esquiar un
poco o efectuar una excursión en el teleférico. No puedo ocultar que supe
apreciar la diferencia que existía entre los esquiadores "amateurs", como
yo, y los que tomaban parte en las competiciones. ¡Hasta las participantes
femeninas "nos dejaban en pañales"!
Una de las tardes más interesantes fue la destinada a las pruebas de
"slalom". Allí tuve la suerte de hablar con la ganadora de la prueba
femenina, Christl Cranz. Nunca llegué a conocer a una deportista que se
concentrase tanto; su tesón, su técnica no era inferior a la de sus camaradas
masculinos.
Sobre el techo de un refugio de esquiadores encontré a Leni Riefenstahl,
que, desde allí, dirigía a los operadores cinematográficos que integraban su
equipo. Su abrigo de piel de oso era tan conocido, que la juventud de
Garmisch distinguía a su favorita a cien metros de distancia, apresurándose
a llamarla a gritos.
También conocí entonces a un joven oficial británico que estaba
destinado en la embajada inglesa de Berlín. Nos entendimos
inmediatamente y pasamos juntos el resto del día. Sólo el último cuarto de
hora, cuando nos dirigíamos a la estación juntos, hablamos de cuestiones
políticas, que no interesaban demasiado a ninguno de los dos. Quedé muy
impresionado por la gran comprensión que él demostraba sobre las
relaciones austriaco–alemanas. Nunca olvidaré una frase que me dijo al
azar, cuando charlábamos sobre dicho problema:
–No comprendo que nadie pueda extrañarse de la marcha de los
acontecimientos que tienen lugar en Alemania. Casi puede decirse que el
III Reich nació hace setenta años, y que Hitler nació en Versalles.
Los actos oficiales que se celebraron con motivo de las competiciones
deportivas me proporcionaron la oportunidad de ver, por vez primera, a los
hombres más destacados del III Reich.
Adolf Hitler "abrió" las competiciones desde la terraza del "club".
Recuerdo con mucha claridad el sonido de su voz que, más tarde, me sería
familiar. Sin embargo, el hombre más popular por entonces era Hermann
Goring, al cual podía verse frecuentemente tocado con una inmensa gorra
de piel. Asimismo pude ver, desde cierta distancia, al doctor Goebbels.
Todos los austriacos que asistimos a los juegos de la Olimpíada nos
sentimos agradablemente sorprendidos por el recibimiento que nos
dispensaron los alemanes. Fuimos recibidos con grandes muestras de
simpatía. Por su parte, también los extranjeros que acudieron a Garmisch–