Page 57 - Vive Peligrosamente
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También nos informaron los periódicos de la formación en Austria de
un gobierno nacional–socialista. Se me hace muy viva ahora una frase de la
proclama hecha por el Führer el día 12 de marzo de 1938:
"–Yo mismo, como guía y Canciller del pueblo alemán, me sentiré
inmensamente feliz al poder pisar, como alemán y ciudadano libre, el suelo
del país que me ha visto nacer".
A la mañana siguiente hice amistad con el agente de la Brigada Criminal
que prestaba sus servicios al lado de la persona del Presidente. Me aconsejó
que volviera a presentarme al doctor Miklas, al igual que hacían los
oficiales del batallón de la Guardia que tenían a su cargo la custodia de su
persona. Así lo hice. El Presidente me recibió y sostuvimos una larga charla
en su salón particular.
–No crea –me dijo–, que me resultara fácil ejercer el cargo de Presidente
de Austria en el transcurso de los pasados años.
La tarde de aquel mismo día recibió el Presidente a los enviados del
nuevo gobierno, y pude ver de cerca las caras de los que integraban el
nuevo gabinete austriaco. El que más llamó mi atención fue el secretario de
Estado para el Ejército, un tal coronel Angelis, con el que pude cruzar
algunas palabras.
En la Cancillería pude comprobar un hecho curioso que me dejó muy
pensativo. Hasta el día anterior, todos aquellos que desempeñaban un
puesto oficial habían portado, voluntariamente o, tal vez,
involuntariamente, el brazal del "Frente patriótico".
Era natural pensar que la mayoría de ellos lo había llevado
voluntariamente. Sin embargo, ¡al día siguiente no había ni uno solo de
ellos que se atreviera a lucirlo! ¡Qué pronto se había olvidado el pasado!
¡Qué pronto se había cambiado de color y de casaca!
Los sucesos narrados anteriormente significaron mi primera
intervención directa en asuntos políticos; mis experiencias terminaron con
ellos.
Desde la Mariahilferstrasse presencié la entrada de las tropas alemanas
en Viena. La anchurosa calle se había convertido en un mar viviente. Todas
las floristerías habían agotado sus existencias. Me sentía tan feliz como mis
conciudadanos; chillaba desaforadamente igual que ellos. Y recibí a los
alemanes como a mis hermanos de sangre, de los que nos habían separado
cuestiones políticas. Volvían a ser nuestros fieles compañeros de la primera
guerra mundial.