Page 64 - Vive Peligrosamente
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había impuesto entre las SS, me llenó de admiración y contribuyó a
aumentar mi entusiasmo.
Mi decisión fue seguida por muchos miembros del antiguo OTC, de
forma que, al poco tiempo, formábamos un nutrido grupo que podía
controlar las diversas organizaciones del deporte del volante.
Me entregué a las carreras con gran entusiasmo. Templé mis nervios e
hice acopio de todas mis fuerzas para poder competir con la pericia y la
capacidad de mis compañeros. Me esforcé tanto y procuré mejorar mi
técnica de tal forma que, en las primeras competiciones, llegué a ganar tres
"medallas de oro". Después de haber alcanzado estos triunfos, tomé en mis
manos las riendas de la nueva asociación, cuyos miembros estaban tan
entusiasmados como yo con las carreras.
Una de las competiciones más difíciles pero, sin lugar a dudas, la más
bella, era la denominada "10 horas de recorrido por los Alpes". Esta
competición tuvo lugar en el otoño de 1938. Yo corría con un "cabriolet"
"Steyr–220", que había sido revisado concienzudamente por el
representante de dicha marca en Viena. La prueba era sumamente difícil.
Comenzó la carrera en una soleada mañana domingo en Gmunden, junto al
Traunsee. La meta estaba en Salzburg, y debía ser alcanzada a las diez
horas exactas de la partida. El recorrido que debía hacer con mi coche era
de 560 kilómetros y había que pasar los seis más dificiles puertos de los
Alpes: el paso Poltschen, el paso de Luegg, el Katschberg, el paso de
Niederntauern y otros similares.
Cada vehículo tenía derecho a tocar diversos controles situados en
diferentes puntos fuera del trayecto del recorrido. Y esto suponía, un
aumento del kilometraje. Por ello era preciso hacer unos cálculos
exactísimos, ya que las diez horas límite no podían ser rebasadas si no se
quería contar con muchos puntos negativos.
Llegué al lugar de la partida con mi amigo Willi D., y me encontré en
Gmunden con unos veinte compañeros que formaban nutrido grupo.
Gmunden estaba abarrotado de gente; no se encontraba ni un solo lugar
para poder aparcar. Todas las conversaciones giraban en tomo al
acontecimiento deportivo que tendría lugar al día siguiente. No había nadie
que no hiciera sus cálculos y expusiera sus opiniones.
A las seis de la mañana mi coche salió del lugar señalado para la
partida. A los pocos kilómetros, llegamos a la estrecha carretera de los
lagos, la misma que une el Traunsee con el Attersee. Yo contaba con la
suerte de conocer perfectamente todo su trazado. Mi coche corría más que