Page 76 - Vive Peligrosamente
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Pareció bastante satisfecho de habernos dado otra orden a nosotros,
          novatos reclutas.
            Recibimos la primera lección militar, la de "comportamiento". Nos
          enseñaron a ponernos en pie rápidamente cuando un superior entraba en la
          habitación; el tono exacto de voz que debíamos emplear al presentarnos y
          cómo debíamos saludar en todas las ocasiones. No nos permitieron decir ni
          una sola palabra; por lo visto, bastaba con que hablase uno...
            Nosotros, los reclutas, fuimos inspeccionados por diversos superiores
          durante el día. Tuve la curiosa impresión de que no se nos esperaba; pero
          no teníamos la culpa de ello. Todos éramos ingenieros de profesión; ello
          nos daba derecho a ser empleados en servicios técnicos. Supimos que no se
          nos dispensaría del período de instrucción como simples reclutas, a pesar
          de haber cumplido ya los treinta años.
            Por la noche fuimos llamados para  tomar un refrigerio, y tuvimos la
          ocasión de conocer el famoso "muckefuck" ("cagada de mosca") como así
          se llamaba al café que se servía en el ejército alemán, con el que se nos
          obsequiaba por la mañana y por la noche. Todavía no he podido llegar a
          comprender cómo los oficiales encargados de vigilar las comidas del
          ejército permitían se sirviera en todos los frentes, en todas las guarniciones,
          un café que no tenía ningún gusto. Nunca llegué a solucionar tan extraño
          enigma.
            Por la noche nos llegó otro compañero, radiotelegrafista, que debía de
          compartir nuestra suerte. Se llamaba Berger, un buen chico de dieciocho
          años que procedía de Dresden. En presencia de otros superiores se
          esforzaba por mostrarse severo, pero cuando se quedaba solo enseguida se
          volvía conciliador para con nosotros.
            A las diez de la noche, en punto, nos metíamos en la cama. A esta hora
          recibíamos la visita del suboficial de guardia, que llegaba para comprobar
          si todo estaba en orden. No había ni una sola vez que no encontrase una
          mancha en la cafetera, un poco de polvo en el marco de la puerta, o bien
          una hoja de periódico en el antepecho de la ventana.
            Se nos informó que dicha faltas eran consideradas como graves pecados
          contra la disciplina. Seguidamente,  se  nos decía que acabaríamos siendo
          educados como auténticos reclutas, cosa que creía a pies juntillas.
            Al día siguiente se nos dio un "trabajo" que sólo es efectuado en los
          orfanatos  y  en los cuarteles cuando  no  se  sabe cómo hacer emplear  su
          tiempo a los que en ellos están internados. Tuvimos que limpiar la sala
          durante dos horas seguidas, arreglar los armarios, aprender a doblar
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