Page 74 - Vive Peligrosamente
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–Cualquier demostración hecha en unos momentos tan serios entraña el
peligro de convertirse, inesperadamente, en una amenaza de muerte. Las
declaraciones de guerra no pueden ser tomadas como hechos inesperados;
son, por el contrario, la culminación de decisiones calculadas que han sido
minuciosamente estudiadas y preparadas durante años.
Sólo entonces me atreví a pacer uso de la palabra.
–Creo –dije–, que nos corresponde hacer la afirmación de que esta
guerra no puede ser considerada como la de nuestra generación; que no la
hemos deseado y que no hemos hecho nada para que se iniciara. Es posible
que nos separemos dentro de poco, que no volvamos a vernos en mucho
tiempo. Pero si un día volvemos a reunirnos, y recordamos esta noche y las
horas que hemos pasado juntos, no habremos perdido "aquello" que nos ha
unido. Estaremos más maduros frente a la vida, y podremos volver a unir
los hilos que se han roto.
Los días que se sucedieron tuve tanto trabajo que apenas me quedó
tiempo libre para pensar. Algunos de mis obreros también habían sido
llamados a filas. Me vi obligado a instruir a mi sustituto, pero no me
esforcé mucho en hacerlo.
Sabía que debía recibir instrucción en un conocido cuartel de Viena, lo
cual me alejaría del mundo civil durante algún tiempo. El 6 de septiembre
tenía que preparar mi equipaje y presentarme puntualmente en el cuartel.
Había pasado ante él infinidad de veces. Pero entonces ignoraba que
llegaría un día en que estaría entre los hombres vestidos de gris que en él se
alojaban. Mi hoja de incorporación fue examinada detenidamente por el
centinela, que me dijo:
–Tercera compañía, segundo edificio, departamento cuarto.
Allí encontré a muchos hombres de mi edad. Yo, al igual que ellos, sólo
podía hacer una cosa: esperar.
Ahora sé que la espera, en todos los ejércitos, es considerada como una
forma de adiestramiento. Muchos de los soldados profesionales
demostraban haber elevado a la categoría de culto el "poder esperar" y el
"dejar aguardar". Finalmente nos pusieron en las manos de un viejo
sargento que nos mandó:
–¡Seguidme!
Todos le seguimos obedientes. Diez hombres que parecíamos simples
colegiales en pos del maestro.