Page 73 - Vive Peligrosamente
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tenían noticias de la guerra. No me quedaba más remedio que cumplir con
          mi deber de soldado. ¡Pero de verdad!
            Otra de las cartas me produjo una gran satisfacción. Los directivos de
          las Escuelas Superiores de Viena me invitaban a asistir a la "Fiesta de las
          Naciones" en el castillo de Belvedere, la misma noche de mi regreso. No
          quise perderme la fiesta, que tendría lugar en los bellos jardines de un lugar
          histórico. Me di una ducha fría, me cambié de ropa y volví a mi coche que
          estaba cubierto de polvo.
            La vista del iluminado jardín del castillo Belvedere me hizo olvidar que
          en algún lugar del nordeste habla hombres que luchaban, sufrían y morían.
          Me encontré entre gentes jóvenes de distintas nacionalidades que sólo
          tenían el deseo de disfrutar al  máximo de su juventud  y de ser felices
          durante unas cuantas horas. No obstante se echó de menos la ausencia de
          las juventudes polaca, francesa e inglesa. Me dejé  invadir por el júbilo
          general; encontré a muchos amigos  y charlé con varios conocidos.
          Bailamos y reímos. No queríamos pensar en el mañana.
            Pasada la medianoche nos reunimos unos cuantos amigos de mi misma
          edad en tomo de una mesa medio oculta por las ramas de los árboles del
          parque. Todos nos sentíamos dichosos, pues habíamos disfrutado, al
          máximo, de la fiesta. Sin embargo, el recogimiento del lugar, al que apenas
          llegaba el sonido de la música, fue como una ducha de agua fría caída sobre
          nuestra alegría. Todos nuestros pensamientos se dirigían al futuro. Todos y
          cada uno de nosotros nos preguntábamos qué nos depararía este; ¿una larga
          y sangrienta guerra o una paz inmediata?
            No podíamos dejar de hablar de nuestros temores, a pesar de que
          luchábamos para no sustraernos al ambiente alegre, de fiesta, que nos había
          rodeado hasta aquel momento.
            –Al cabo de unas semanas –opinó un médico húngaro conocido
          nuestro– volverá a reinar la paz.
            –Los hombres de Estado  –dijo un  técnico de Presburgo–, no pueden
          permitirse el lujo de continuar  una guerra que no es deseada  por sus
          respectivos pueblos.
            –Las declaraciones de guerra de Inglaterra y Francia –opinó por su parte
          un historiador sueco–, no son más que demostraciones que no  deben ni
          pueden ser tomadas en serio.
            Fue entonces cuando,  por vez primera, tomó la palabra un estudiante
          alemán, que dijo:
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