Page 97 - Vive Peligrosamente
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portaban hoscamente con nosotros, los invasores. Debo añadir que no me
desagradó su forma de comportarse.
Continuamos nuestra marcha. Pasamos por Tours. Chartres, Melun,
Soisson y Laon y proseguimos hacia Maubeuge, por donde cruzamos la
frontera belga, pero esta vez por su parte norte.
Me vi obligado a hacer muchos altos a consecuencia de las frecuentes
averías. Pude darme cuenta de que todos los talleres, todas las fábricas,
volvían a trabajar; ello causaba un efecto magnífico sobre los obreros. No
vi un solo rostro que expresara odio, ni escuché imprecaciones
amenazadoras. Lo único que comprobé entre los obreros fue una fría
indiferencia. Tan sólo en una ocasión fuimos amenazados. Una mujer, en
Maubege, nos mostró su puño cerrado, aunque me queda la duda de si tal
gesto fue provocado por un involuntario empujón que le dimos.
Atravesamos la frontera con Holanda por Maastricht. Logré recuperar
más de cincuenta vehículos; ya mandaba una auténtica columna. Yo
conocía Holanda por haberla visitado con anterioridad. Me sentí muy
contento de volver a ver sus bellas casas y sus aseadísimos habitantes.
Parecía que la guerra no existiese, que estuviera realizando un viaje de
placer. Las gentes que me rodeaban se portaban de una manera
naturalísima; estaban tranquilas, confiadas. ¿Era posible que hubiesen
olvidado lo sucedido?
Cada vez que entraba en un restaurante me parecía estar soñando. Podía
adquirir cosas que hacía tiempo ya no existían en Alemania, por un precio
realmente irrisorio. Hicimos el último alto en Hertogenbosch. Se nos alojó
en un cuartel, y mis hombres se sintieron dichosos al ser invitados a una
fiesta. En ella se encontraron con enfermeras alemanas de la Cruz Roja que
les hicieron agradable la velada. Como habíamos pasado mucho tiempo en
las carreteras, nos pusimos muy contentos por poder celebrar nuestra
llegada con unas horas de asueto, que se nos ofrecían muy felices.
Aproveché la ocasión para hacer una visita a una familia que conocía
desde años antes, a pesar de que no había vuelto a verla desde 1920. El
matrimonio que, por aquel entonces, estaba recién casado, poseía una
hermosa casa en el centro de la ciudad. Me recibieron con gran amabilidad.
Y cuando me hallaba sentado en la sala de estar de los dueños de la casa,
charlando animadamente con ellos, pude comprobar que el matrimonio no
había cambiado en nada, que conservaba muchas de las costumbres que
llamaron mi atención cuando les conocí: los cigarrillos "Camel" que
fumaba la señora, la característica sonrisa del marido, que reconocí en