Page 93 - Vive Peligrosamente
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ciento por ciento? ¿Es posible que los alemanes de origen se apresuren a
renegar de nosotros cuando se convierten en súbditos de otro país como
consecuencia de un simple tratado firmado entre varias naciones? Mis
pensamientos empañaron la alegría del día de mi cumpleaños; intenté
consolarme diciéndome que las excepciones confirmaban la regla.
El 14 de junio recibimos la orden de marcha. Se nos ordenó que,
describiendo un amplio círculo, nos dirigiésemos hacia el Sur hasta llegar a
la frontera española.
Pasamos por Rouvray y, en Troyes, alcanzamos el Sena. Fue entonces
cuando tuve ocasión de ver de cerca el "trabajo" efectuado por nuestros
bombarderos. El puente había sido reparado recientemente; sin embargo, se
veía claramente que los aviones habían hecho todo lo posible para vencer la
resistencia francesa arrojando bombas contra las casas situadas a ambos
lados del mismo. No exagero al decir que vi unos doscientos metros
cuadrados de ruinas. Sin embargo, las demás casas estaban intactas. A
pesar de todo, la población no nos recibió con animosidad. ¡Cosa extraña,
pero cierta! Continuamos nuestra marcha vertiginosamente, dejando atrás
las ciudades de Orleáns, Bleis, Bourges y Limoges.
Pero como parecía que nuestra marcha no podía estar desprovista de
aventuras, en Bordeaux tuve que intervenir en una "cacería de tigres".
Cuando llegué a la ciudad al anochecer, algo rezagado, otra de nuestras
divisiones hacía una especie de desfile en la plaza de St–Genés. Mi
conductor se encontró con un compañero de colegio, y yo les permití que
hablaran de sus antiguos recuerdos. Como quería echar un vistazo a la
ciudad, di un paseo en coche por las orillas del Garona. Las casas no
estaban tan apiñadas como en el centro; hasta había varios descampados.
Decidí luego visitar las estrechas callejas, que son las que dan verdadero
ambiente a la ciudad. Conduje muy despacio y observé con mucha atención
todo lo que me rodeaba. De pronto me enfrenté con una masa de gente que
venía a mi encuentro chillando desaforadamente. Unas cuantas personas se
subieron en los estribos de mi coche. No pude comprender lo que decían,
salvo una sola palabra:
–Bête!; bête!
Al mismo tiempo me señalaban una calle. Pero se apresuraron a saltar
del coche cuando me dispuse a entrar en ella.
La calle, al parecer, estaba vacía. Al principio no pude ver nada. No
tardé en darme cuenta de que todas las ventanas estaban llenas de personas
excitadas, que apuntaban hacia el extremo de la calle, la cual desembocaba