Page 89 - Vive Peligrosamente
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ciudad había sido evacuada por un elevado número de personas civiles; no
          tardamos  mucho en ver,  en las carreteras, a  muchos fugitivos que se
          dirigían hacia el Sur. Al vernos llegar se detuvieron al borde de la ruta. Era
          un torrente humano que contribuía a aumentar el caos, los padecimientos y
          las privaciones que la guerra provocaba en todo el país.
            Nosotros nos esforzábamos en tranquilizarles y en hacerles comprender
          que debían regresar a sus lugares de origen.
            Todavía recuerdo perfectamente la conversación que sostuve con una
          mujer que estaba sentada en la carretera al pie de su coche parado. A la
          sombra del vehículo dormían sus cuatro hijos. Procedía de Lille y durante
          cuatro días estaba circulando por las carreteras.  Su ciudad había sido
          invadida por una súbita fiebre de huida cuando los habitantes se enteraron
          de que las tropas alemanas habían roto el frente francés; cuando supieron
          que la guerra se acercaba a  ellos a pasos agigantados, emprendieron la
          huida. Al cabo de poco tiempo, ella encontró todas las rutas taponadas por
          las tropas francesas y no pudo continuar avanzando.
          Se vio obligada a estar varios días en los bosques o en pleno descampado,
          abrasada por el sol. La guerra no había respetado su retirada;  pero, no
          obstante, consiguió llegar felizmente  hasta allí. Se le había  agotado la
          gasolina. La primera pregunta que me hizo fue hecha en tono vacilante:
          –Ou doit aller moi? Est–ce que vous voulez me donner d'essence? Savez–
          vous, monsieur, notre route, la meilleure direction!
            A  mí sólo  me cabía darle el acertado consejo de que regresase  a su
          ciudad, a su casa, lo antes posible. Todo lo que pude hacer por ella, fue
          darle un  pedazo de pan  y una lata de  conserva; ésta fue la única ayuda
          efectiva que pude proporcionarle.
            Aquellas largas columnas  de evacuados que, casi siempre, ignoraban
          adónde se dirigían, tropezaron con  nosotros en todas las carreteras que
          conducían al Sur. Aquellos que habían conseguido llegar más lejos eran los
          más desdichados de todos; habían  agotado todas sus fuerzas; no les
          quedaban ánimos para volver, de nuevo, a sus ciudades y hogares.
            Varias de nuestras divisiones continuaban luchando en el valle del Oise.
          Sin embargo, no podía decirse que existiera un verdadero frente. Nuestras
          tropas se enfrentaban con los restos del ejército francés que continuaba
          combatiendo aquí y allá. Ello obligó a nuestra Sección a desplazarse  sin
          descanso, pues nuestra artillería pesada era necesaria en sectores distintos.
            Roye, Montdidier y Cuvilly fueron nuestros objetivos. Los cruces de la
          carretera que conducían  a París quedaron interceptados. Los combates
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