Page 86 - Vive Peligrosamente
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que eran franceses. Iban seguidos por otra fila de ingleses, que mostraban el
          mismo aspecto que aquéllos. Muchos de nuestros hombres les ofrecían un
          pedazo de pan; incluso un conductor de mi vehículo ofreció su cantimplora
          a uno de los prisioneros, que parecía muerto de sed. Comprobé, una vez
          más, que no existía odio entre las juventudes europeas.
            Pasamos por Le Cateau y  por otras pequeñas ciudades que apenas
          estaban destruidas. Ya estábamos en  Francia. Al anochecer entramos en
          Cambrai, y recordamos que dicha ciudad había sido el escenario de la
          primera batalla de tanques habida  en la primera  guerra  mundial. Nos
          desviamos hacia la derecha de la carretera, pasamos por unos campos de
          trigo y entramos en un pequeño bosque.
            Nuestro comandante,  mayor Rees, nos había precedido, teniendo en
          cuenta que durante el verano se efectúan los combates más decisivos. Nos
          dieron orden de acampar; buscamos las casas del campo para hacemos en
          ellas con agua. Los campos estaban llenos de huellas dejadas por las orugas
          de los tanques. En un cielo carente de nubes, brillaba un sol radiante; un
          viento suave nos traía el aroma de los campos.
            Fue entonces cuando vimos los primeros  muertos. Eran sol dados
          marroquíes que vestían el uniforme francés; seguramente habrían intentado
          en vano detener el avance de nuestros tanques. Conservaban aún, junto a
          sus cuerpos, el armamento; sus cascos, abollados, apenas dejaban ver sus
          rostros. Deducimos que las pérdidas del enemigo deberían de ser  muy
          elevadas. Al abandonar  una  finca encontramos a un soldado negro cuyo
          medio cuerpo estaba  sumergido en una fuente. ¡Se nos quitó la sed
          instantáneamente! Regresamos en silencio de nuestra breve descubierta y
          pusimos el "seguro" a nuestras  armas; sabíamos que allí no las
          necesitaríamos.
            Dormimos  en el suelo, al lado de nuestros vehículos. El cansancio
          venció la excitación de nuestros nervios todavía en disposición de
          reaccionar ante el pensamiento de que estábamos en un campo de batalla en
          el que había muertos.
            Inesperadamente, oímos el rugido de motores. ¡Alarma aérea! Vimos un
          gran resplandor a la derecha del  sitio donde nos encontrábamos.
          Inmediatamente estallaron las primeras bombas  en torno nuestro. Nos
          precipitamos a buscar refugio en el bosque cercano. Todavía éramos
          novatos, lo  que no  nos permitió apreciar la exacta distancia de las
          explosiones. Nos quedaba mucho que aprender, ¡muchísimo!
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