Page 91 - Vive Peligrosamente
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instante que nos dirigíamos al garaje y nos llamó. Recibí  el  mayor
          "rapapolvo"  de mi vida.  Estaba acostumbrado a ser reprendido por mis
          superiores, pero el vapuleo que se me dio aquel  día superaba a todos.
          Diríase que  el comandante Werner  consideraba como una afrenta a  su
          persona, en particular, a Alemania, en general, que un soldado del Reich
          enseñase su torso desnudo. Me propinó gran cantidad de "amabilidades"
          que parecían alfilerazos; la larga retahíla terminó con la frase siguiente:
            –Un soldado alemán no es digno de ser considerado como tal si no lleva
          abotonado hasta el último botón de su guerrera. Es usted responsable de
          atentar contra la dignidad del ejército  alemán en un país extranjero que,
          además, está en guerra con nosotros. ¡Su comportamiento parece dar  a
          entender que quiere usted desprestigiarnos!
            No quise ni  pensar que, apenas hacía unos segundos,  yo acababa de
          abrocharme  el botón superior de  mi guerrera.  Ya había aprendido a
          presentarme a los oficiales de una graduación superior a la mía. Pero, ¡mis
          sudores me había costado!
            Por ello, me limité a contestar  el usual "Jawohl" alemán  con toda la
          energía que me permitió mi voz. La desagradable escena terminó con estas
          palabras que el comandante me espetó:
            –¡Nunca conseguiremos hacer de usted un buen soldado, Skorzeny!
            A esto no respondí con el clásico "Jawohl". Habría resultado
          inapropiado en un caso semejante.
            Una noche se produjo un incendio: una locomotora fue devorada por las
          llamas. De todas partes corrimos hacia el lugar del siniestro. Pero no pasó
          mucho tiempo sin  que  debiéramos tirarnos al suelo para cubrirnos. Los
          proyectiles de 15 cm., que estaban en uno de los  vagones, habían sido
          alcanzados por las llamas y estallaban con un estruendo ensordecedor. Nos
          vimos obligados a retroceder; la situación era peligrosa, parecía que
          estábamos en un auténtico campo de batalla.  No nos fue posible salvar
          nada. Al llegar a mi coche mi conductor me recibió diciéndome:
            –No creo que esos "fuegos artificiales" hayan sido encendidos en su
          honor, pero tómelos como una ovación en su honor. ¿Puedo felicitarle por
          su cumpleaños?
            ¡Qué extraño, yo mismo me había olvidado de mi cumpleaños! Como
          no estábamos en primera línea, podíamos permitirnos el lujo de organizar
          una pequeña fiesta. ¡Dicho y hecho! No fue difícil encontrar una pequeña
          hostería. La patrona se avino a hacernos una ligera comida y el camarero
          afirmó que podía encontrar algo para "remontar nuestro ánimo". Nosotros,
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