Page 96 - Vive Peligrosamente
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innecesarias para soldados que están en el frente, volvió a recobrar entre
nosotros su primacía absoluta.
Creíamos haber terminado una campaña bélica importante, y no
dejábamos de pensar en las probables consecuencias de la misma. Nuestro
futuro estaba en manos de una dirección que tenía toda nuestra confianza.
Sabíamos que encontraría la solución oportuna en el momento indicado y
que nos daría las órdenes oportunas cuando fuera preciso. Tampoco
dudábamos de que las obedeceríamos, a pesar de que, tal vez, no estuvieran
concordes con nuestros deseos.
Pensábamos en nuestros hogares. Y en lo bien que podríamos pasarlo si
volviera a imperar la paz. Al cabo de poco tiempo una gran parte de los
reservistas obtuvieron permiso para volver a sus casas. Todo hacía suponer
que los altos mandos de la Wehrmacht estaban convencidos de haber
llegado al final de sus actuaciones. Observamos la rapidez de la campaña
de Occidente con ánimo alegre, feliz y sereno. Pero nunca nos sentimos
orgullosos de haber vencido sin grandes dificultades, ni nos consideramos
superiores a nuestro adversario. Nos limitábamos a sentirnos satisfechos de
haber cumplido con nuestro deber plenamente y de una forma rápida,
tajante, eficaz y, posiblemente, fácil. Creo que la palabra justa para definir
nuestro estado de ánimo por aquel entonces es: liberados. ¡Nos sentíamos
liberados por haber podido cumplir satisfactoriamente .nuestra misión!
Rápidamente pasaron "los bellos días de Aranjuez" que vivimos en la
magnífica Francia.
Una inesperada orden movilizó a nuestra División hacia Holanda, en
calidad de tropas de ocupación. Como todas las órdenes que eran dadas por
el Alto Mando alemán, ésta debía ser cumplida sin dilación. Ello nos obligó
a cubrir en un solo día las grandes distancias que nos separaban del Norte.
Pasamos por Augulema, una bella ciudad francesa asentada sobre una
montaña. Allí recibí la orden de recuperar todos los vehículos que habían
quedado en el camino y reparar los que hubiesen tenido averías. Así, con
mi columna, volví a pasar por Limoges, Châteauxroux y Bourges. La noche
la pasamos acampados al aire libre, junto a un arroyo. Todas las ocasiones
en que debimos tratar con la población francesa, fuimos recibidos
cordialmente por ella, con grandes muestras de amabilidad; incluso se
apresuraban a prestarnos ayuda. Pedíamos los datos que necesitábamos a
los campesinos, o a los mecánicos que trabajaban en los garajes de las
ciudades. Todos ellos se mostraban satisfechísimos de que, al parecer, la
guerra hubiera terminado. No obstante, algunas muchachas y mujeres se