Page 84 - Vive Peligrosamente
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mañana. Pasé revista a la caravana de vehículos, medio dormido, y a cada
          uno de los coches rezagados que se incorporaba lo recibía como al «hijo
          pródigo".
            Sin embargo, no me sentí satisfecho del todo hasta que se presentó un
          mecánico que  me informó el lugar exacto donde se encontraban los
          restantes coches no llegados. Horas más tarde me presenté al comandante,
          al que di la novedad, informándole del número de coches llegados. Pareció
          muy satisfecho con mi  hazaña, lo que me llenó de asombro. En tal
          momento me enteré de que todos los preparativos debían estar terminados
          la noche de aquel  mismo día, ya que la salida  estaba fijada para el día
          siguiente.
            Iniciada la marcha pasamos por la antigua ciudad de Kronung,
          saludados por los vítores de multitud. Después de unos cuantos kilómetros
          llegamos a la frontera y entramos  en territorio  enemigo. Todos nos
          preguntábamos qué sucedería entonces.
            Apenas nos fijamos en la  destrozada barrera fronteriza; sabíamos que
          íbamos hacia la guerra; pero no encontrábamos ninguna de sus  señales,
          ninguna huella dejada por los combates. Los primeros embudos causados
          por las bombas y proyectiles artilleros fueron cosa nueva para nosotros; los
          miramos curiosamente.
            Pero no podíamos detenernos. Estábamos obligados a continuar  hacia
          adelante, pasase lo que pasase. Los belgas  con los que nos encontramos
          durante las breves paradas que hacíamos no se mostraron descorteses, pero
          sí recelosos.
            Llegamos a  Lüttich de noche; lo dejamos atrás y acampamos  en una
          colina. Fue aquélla la primera vez que acampábamos al aire libre. Durante
          la noche fue llegando nuestra  artillería pesada por ferrocarril.  Entonces
          comenzaron mis preocupaciones, puesto que tuve que efectuar un trabajo
          gigantesco. Las máquinas de los trenes avanzaban muy lentamente, pues el
          peso que arrastraban era enorme. Esto nos ponía nerviosos, porque nosotros
          teníamos prisa en llegar al frente. Y si una locomotora no podía avanzar,
          quedaba atrás una de las doce piezas de artillería pesada perteneciente a la
          sección nuestra. ¡Y no teníamos  más remedio que alcanzar, lo antes
          posible, nuestra División, que  ya estaba en primera línea! ¡No  teníamos
          más remedio que llegar al "caos de la guerra"!
            Era extraño pensar que debíamos darnos prisa en llegar al lugar donde,
          probablemente, la muerte decidiría apoderarse de nosotros. Pero también
          pensábamos que nuestro deber era servir a nuestra patria; y que, tal vez,
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