Page 85 - Vive Peligrosamente
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nuestra pequeña contribución podría servir para acortar el tiempo de
duración de la guerra. No teníamos más remedio que avanzar pensando
sólo en nuestro deber. ¡Nada más!
Pasadas unas horas continuamos nuestra marcha. En Dinant nos
encontramos con el primer convoy de prisioneros, jóvenes soldados belgas
que eran trasladados a un campo de concentración escoltados por unos
cuantos soldados de la policía militar. Marchaban con la cabeza abatida,
arrastrando los pies como si estuvieran inmensamente cansados. ¿Cuáles
serían los pensamientos que dominaban sus mentes? Era probable que
desearan que la guerra terminase lo antes posible; igual que nosotros.
Sabían que no podrían regresar a su patria ni volver a ver a sus familias
hasta que se hiciera la paz. Era muy probable que se sintiesen humillados
por ser tratados como prisioneros en su propio suelo y, por ello, no osasen
enfrentarse con las miradas de sus compatriotas.
Dejamos atrás Givet, Chimay e Hirson. Sabíamos que nos acercábamos
a la frontera. Frecuentemente nos sobrevolaban escuadrillas de nuestra
propia aviación; después, regresaban a sus bases volando bajo y en perfecta
formación. También se daba el caso de que una de las escuadrillas seguía
su vuelo por encima de nosotros, y tardaba en regresar. Y cuando lo hacía,
volvía algo mermada. Cuando, al hacer un alto, oímos un lejano cañoneo,
nos miramos los unos a los otros. La guerra enviaba su eco a nuestro
encuentro; pronto, muy pronto, intervendríamos en ella. No "íbamos a
hacer la guerra" como si se tratara de un vulgar juego de niños. Íbamos a
"participar" en ella en tanto hombres, conscientes de nuestro deber. Este
deber nos obligaba a avanzar, a seguir adelante. ¡Tal vez a encontrar la
muerte!
Alineados en fila, hicimos otro alto al borde de la carretera, procurando
que cada vehículo quedase oculto entre los árboles. Las órdenes recibidas
señalaban que entre cada vehículo debía haber una distancia de separación
de unos veinte metros; debíamos aprovechar todo lo que pudiera servir para
cubrirlos, para enmascararlos, usando cualquier clase de camuflaje. Más
tarde pudimos comprobar que el combate nos movía a efectuar tales
operaciones aunque no hubiesen sido ordenadas con anterioridad. Nos
repartieron el rancho y comprobamos que sabía muy bien una marmita
llena de habichuelas, comidas al borde de la carretera, en una cuneta. ¡No
importa que esté llena de polvo y éste se quede entre los dientes!
Vimos otra fila de prisioneros que desfilaba ante nosotros, los rostros
cansados, llenos de polvo, cubiertos de sudor. Por sus uniformes supimos